El 2 de febrero de 2011, el presidente Barack Obama llamó a su par yemení Ali Abdullah Saleh para hablar sobre la cooperación de sus respectivos países en la lucha antiterrorista y la batalla contra Al Qaeda en la península arábiga. Al final del llamado, de acuerdo con la transcripción de la Casa Blanca, Obama “expresó su preocupación” por la posible liberación de Abdulelah Haider Shaye, quien según aquél “había sido sentenciado a cinco años de cárcel por sus vínculos con AQAP (“Al Qaeda en la Península Arábiga”, por sus inciales en inglés). Shaye estaba aún tras las rejas, pero Saleh tenía el perdón listo para la firma. Que la Casa Blanca manifieste su preocupación por la posible libertad de un sospechoso de terrorismo no es nada nuevo; militantes islámicos suelen escaparse de las cárceles de Yemen con bastante frecuencia, y Saleh, por su parte, explota muy bien la amenaza terrorista para obtener más apoyo financiero de EE.UU. Pero este caso es distinto: Abdulelah Haider Shaye no es ni un militante islámico ni un cuadro de Al Qaeda. Es un periodista.
A diferencia de la mayoría de los colegas que cubren Al Qaeda, Shaye arriesgó varias veces su vida viajando a áreas controladas por la organización para entrevistar a sus líderes. En distintas oportunidades lo hizo con el clérigo radical Anwar al Awlaki, la última de ellas un poco antes que se diera a conocer que Al Awlaki (un ciudadano estadounidense nacido en Nuevo México) estaba en la lista de blancos de la CIA y el Comando de Operaciones Especiales Conjuntas (Joint Special Operations Command, o JSOC). “Los medios occidentales y los medios árabes financiados por Occidente dan una imagen parcial de Al Qaeda”, dice su amigo Kamal Sharaf, un caricaturista yemení disidente. “Abdulelah aportó un punto de vista diferente”.
Shaye no siente ninguna reverencia especial por Al Qaeda; el grupo, dice Sharaf, sólo le interesa como nota periodística. Si bien es cierto que logró acceder a figuras claves de la organización gracias a su parentesco político con el fundador de la Universidad Iman, el clérigo radical Abdul Majid al Zindani (a quien el Departamento del Tesoro de EE.UU tiene catalogado como terrorista), Shaye, según su amigo, ha también criticado “valientemente” a Zindani y sus adherentes. “No tiene miedo de decir la verdad”, afirma Sharaf.
Shaye, de 35 años, es reconocido en su país como un periodista independiente y corajudo. Sus problemas con la administración Obama aparentemente comenzaron en diciembre de 2009, cuando el gobierno yemení anunció que había matado a varios militantes durante un ataque contra un campo de entrenamiento de Al Qaeda en la localidad de Al Majala, provincia de Abyan. Shaye viajó a la región y descubrió restos de bombas racimo y de misiles de crucero Tomahawk, dos tipos de armamento al que los yemeníes no tienen acceso. El periodista fotografió fragmentos de los misiles (incluyendo algunos con la leyenda “Made in USA”) y envió las fotos a medios internacionales. También reveló que entre las víctimas fatales había mujeres, niños y ancianos—para ser exactos, catorce mujeres y veintiún niños. Aún se discute si entre los muertos había algún miembro activo de Al Qaeda.
Luego de realizar sus investigaciones, Shaye llegó a la conclusión de que éste había sido un ataque estadounidense. El Pentágono no hizo comentarios y el gobierno de Yemen negó repetidamente que hubiera existido una participación extranjera. Pero Shaye tuvo su reivindicación cuando Wikileaks filtró un cable diplomático de EE.UU que hacía referencia a las bromas de algunos funcionarios yemeníes, jactándose de mentirle a miembros del parlamento sobre la injerencia de EE.UU en el caso, y a los reiterados llamados del presidente Saleh al general David Petraeus en el sentido de que se quedara tranquilo porque su gobierno seguiría diciendo que “las bombas fueron nuestras, no de ustedes”.
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En julio del año siguiente, un día que Sharaf y Shaye estaban haciendo unas diligencias juntos, ocurrió el primer incidente grave. Sharaf entró a un supermercado mientras su amigo lo esperaba afuera; al salir luego de hacer sus compras, aquél vio que unos hombres armados empujaban a Shaye dentro de un automóvil, lo encapuchaban y partían con rumbo desconocido. Esos hombres resultaron ser agentes de los servicios de inteligencia de Yemen que, según Sharaf, amenazaron a Shaye y le dijeron que se dejara de hacer comentarios en TV. Durante el interrogatorio, uno de los hombres le dijo: “Si sigues hablando sobre estas cosas, te vamos a destruir”. Esa misma noche lo soltaron en una calle solitaria. “Antes de este primer secuestro, Abdulelah había sido muchas veces amenazado telefónicamente por la policía política”, dijo su abogado, Abdulrahman Barman. “Durante este cautiverio lo golpearon y le hicieron preguntas acerca de sus reportajes sobre los bombardeos de Majala y la guerra antiterrorista. Creo que fue arrestado a pedido de Washington”.
La respuesta de Shaye a esta experiencia fue describir su propio arresto frente a las cámaras de Al Jazeera. “Abdulelah reportó los hechos, no porque eso fuera lo que le convenía a EE.UU o a Al Qaeda, sino porque es lo que un periodista debe hacer: contar la verdad”, dice Sharaf. “Él es un periodista muy profesional, una rara avis en un país en donde el 90 por ciento de la gente de prensa hace las cosas a la bartola y carece de credibilidad”. Shaye, agrega Sharaf, tiene “una mente abierta y está en contra del extremismo, de la violencia y de la matanza de inocentes, tanto en nombre del Islam como con el pretexto de combatir al terrorismo. En su opinión, la guerra contra el terror debería haberse peleado en la esfera cultural, no en la militar. Cree que esa violencia engendrará más violencia y alimentará nuevas corrientes terroristas en la región”.
Sharaf, mientras tanto, tenía sus propias dificultades con el régimen a causa de sus caricaturas del presidente Saleh, a sus cuestionamientos a la guerra del gobierno contra la minoría Houthi en el norte del país, y a sus críticas a los conservadores salafis. Y, sobre todo, por ser el mejor amigo de Shaye.
El 6 de agosto de 2010, Sharaf y su familia acababan de comenzar el ayuno de Ramadán cuando escucharon gritos en la calle. “¡Salgan, la casa está rodeada!” Sharaf salió y se topó con una clase de soldados que nunca había visto. “Eran muy altos y corpulentos, me hacían acordar a los marines norteamericanos”, dijo. “Después me enteré que eran de la unidad de contraterrorismo. Tenían pistolas láser y usaban un uniforme parecido al de los marines.” Le dijeron que lo acompañaran. “¿De qué se me acusa?”, preguntó.
“Ya lo sabrás”, le dijeron.
Al mismo tiempo, otros soldados rodeaban la casa de Shaye. “Abdulelah se negó a salir, de modo que entraron por la fuerza, lo golpearon y se lo llevaron; en la golpiza perdió un diente”, recuerda Sharaf. Los dos fueron esposados y conducidos con los ojos vendados a la prisión de seguridad nacional, que, según Sharaf, fue financiada por EE.UU. “Nos pusieron a cada uno en una celda subterránea y oscura”, recuerda. “Así nos mantuvieron unos 30 días, interrogándonos continuamente.”
Durante ese primer mes, Sharaf y Shaye permanecieron incomunicados. Luego fueron trasladados a la prisión de seguridad política, en donde compartieron una celda. “Esa prisión fue un regalo de Saddam Hussein a Yemen”, dice Sharaf. “Nos llevaron del regalo de los americanos al regalo iraquí.” (The Nation no pudo corroborar con fuentes independientes el rol de Iraq en la construcción de esta prisión. Y si bien es cierto que EE.UU entrena y financia a la fuerza de contraterrorismo yemení, no está claro que haya contribuido a la construcción de la cárcel de seguridad nacional). Luego de comprometerse a no dibujar más caricaturas del presidente, Sharaf fue liberado. Shaye se negó a hacer ningún trato de este tipo, y siguió en prisión.
En total, el periodista permaneció 34 días en confinamiento solitario, sin acceso a un abogado. Durante ese tiempo, su familia no supo adónde estaba ni porqué había sido detenido. Finalmente, otro preso le pasó el dato de su paradero a sus abogados. “Abdulelah estuvo cinco días encerrado en un baño pequeñísimo, sucio y maloliente. Además del diente que perdió durante su arresto, le habían sacado otro diente y tenía marcas y cicatrices en el pecho”, recuerda Barman. “Mi cliente fue también torturado psicológicamente. Le dijeron que su familia y sus amigos lo habían abandonado, que nadie se había interesado por él. Lo torturaron con información falsa”.
Shaye fue llevado a corte el 22 de septiembre, pero los fiscales pidieron más tiempo para preparar el caso. Un mes más tarde se lo pudo ver, encerrado dentro de una jaula construida en la sala del tribunal de seguridad del Estado—una instancia creada por decreto presidencial y cuya legalidad ha sido seriamente cuestionada dentro y fuera de Yemen—, mientas un juez leía los cargos en su contra. Lo acusaban de ser el “contacto mediático” de Al Qaeda, de reclutar nuevos operativos y de proveer a la organización con fotos de bases y embajadas extranjeras que podían servir como blancos de posibles ataques. En resumen, los cargos incluían: unirse a un grupo armado que amenaza la estabilidad y la seguridad del país; incitar a miembros de Al Qaeda para asesinar al presidente Saleh y a su hijo; reclutar nuevos miembros de Al Qaeda; trabajar como propagandista de la organización en general y de Anwar al-Awaki en particular. “Bajo la ley de Yemen, la mayoría de estos cargos implica la pena de muerte”, dice Barman. Iona Craig, una veterana corresponsal extranjera y habitual colaboradora del Times de Londres, recuerda que mientras se leía la acusación, Shaye caminaba lentamente dentro de su jaula, sonriendo y sacudiendo la cabeza con descreimiento.
En enero de 2011, Shaye fue condenado a cinco años de prisión, más dos años de movimiento restringido bajo vigilancia gubernamental. Durante el juicio se había negado a reconocer la legitimidad del juez y a presentar una defensa formal. Human Rigths Watch ha señalado que la corte que sentenció a Shaye no se ajustó a los parámetros internacionales de debido proceso, y los abogados del acusado aseguran que la “evidencia” presentada en su contra se apoya en documentación falsa. “La condena fue política, no judicial. Fue una decisión sin fundamento jurídico”, dice Barman, que, siguiendo las indicaciones de su cliente, boicoteó el proceso. “Yo sí lo presencié–dice Craig—, y puedo dar fe que se trató de una farsa”.
Varias organizaciones internacionales de derechos humanos condenaron también al juicio, tachándolo de vergonzoso y manifiestamente injusto. “Hay fuertes indicaciones de que los cargos en contra de Shaye fueron fabricados y que sencillamente se lo encarceló por haber denunciado la participación de EE.UU en el ataque de Al Majala,”, dice Philip Luther, Subdirector para Medio Oriente y el Norte de África de Amnesty International.
No cabe duda que Shaye estaba reportando hechos que tanto el gobierno de Yemen como el de EE.UU querían mantener fuera del conocimiento público. También había entrevistando a personas que estaban en la mira de Washington. Ambos gobiernos aducen que Shaye es un agente de Al Qaeda, pero otros tienen una opinión muy distinta. “Su trabajo ha sido importantísimo”, dice Gregory Johnsen, un experto en Yemen de la universidad de Princeton que conoce a Shaye desde 2008. “Gracias a sus informes y entrevistas sabemos mucho más de lo que de otro modo sabríamos sobre las operaciones de Al Qaeda en la península arábiga. Si uno cree, como yo creo, que conocer al enemigo es fundamental para diseñar una buena estrategia en su contra, el arresto de Shaye es una verdadera desgracia”.
Uno de los elementos que el gobierno de EE.UU tuvo en cuenta para planificar el asesinato del clérigo radical Anwar al Awlaki fue que éste había elogiado al supuesto autor de los disparos de Fort Hood, el mayor Nidal Hasan. Y una fuente clave para conocer dichos elogios fue una entrevista que Shaye realizó a Al Awlaki para la cadena Al Jazeera en 2009. Lejos de expresar simpatía por el entrevistado, Shaye demostró objetividad e interés por obtener respuestas. Estas son algunas de las preguntas que hizo en esa oportunidad: “¿Cómo puede estar de acuerdo con las acciones de Nidal Hasan, que ha traicionado a su nación?” “¿Porqué bendijo usted esas acciones?” “¿Tiene usted alguna conexión directa con el incidente?” Shaye también confrontó a Al Awlaki con inconsistencias de algunas declaraciones anteriores. En todo caso, la entrevista suministró munición a la comunidad de inteligencia de EE.UU y a quienes propugnaban su asesinato (Al Awlaki murió en un ataque de un vehículo aéreo no tripulado el 30 de septiembre de 2011)
Al conocerse la sentencia de Shaye, líderes tribales de Yemen presionaron al presidente Saleh para que lo perdonara. “Algunos sheiks y otros yemenís prominentes pidieron por él al presidente, y el presidente accedió a perdonarlo”, recuerda Barman. El perdón estaba listo para la firma, pero un día antes del anuncio oficial, la noticia se filtró a la prensa. Fue ese mismo día, dice Barman, que el presidente Saleh recibió el llamado del presidente Obama. Luego de ese llamado, Saleh anuló el perdón.
“Los reportajes de Shaye dejaban en ridículo a las autoridades de Yemen y de EE.UU”, dice Johnsen. “Mientras que ambos gobiernos buscaban a los líderes de Al Qaeda para matarlos, un simple periodista armado de una cámara y una computadora era capaz de localizarlos y entrevistarlos. No hay ninguna evidencia conocida que dé que pensar que Shaye estaba haciendo otra cosa más que cumplir con su función periodística, y no está claro porqué EE.UU y Yemen se niegan a presentar la evidencia que dicen tener”.
En febrero pasado, Shaye comenzó una huelga de hambre para protestar por su encarcelamiento, pero la suspendió luego de que su familia se manifestara preocupada por su salud. El Comité para la Protección de Periodistas, la Federación Internacional de Periodistas, Reporteros sin Fronteras y otras organizaciones de prensa han solicitado su liberación, pero el caso ha recibido escasa atención en EE.UU. Periodistas yemenís y activistas de derechos humanos sostienen que Shaye permanece en prisión por pedido de la Casa Blanca. Algunos esperan que Shaye recupere su libertad una vez que Saleh deje la presidencia de Yemen, pero es difícil que esto ocurra si Washington está realmente atrás del arresto.
Beth Gosselin, vocera del Departamento de Estado, dijo a The Nation que no tenía nada que agregar a las declaraciones hechas por el presidente Obama en febrero. Cuando le preguntamos si el gobierno presentará alguna evidencia para fundamentar su acusación sobre los vínculos de Shaye con AQAP, Gosselin respondió: “Esto es todo lo que tenemos que decir en este caso”.
Craig afirma que el embajador de EE.UU en Yemen, Gerald Feirstein, se rió antes de contestarle una pregunta similar. “Shaye está preso porque era un facilitador de Al Qaeda y de sus planes para atacar objetivos estadounidenses; tenemos por lo tanto un interés muy directo en que continúe preso”, dijo Feirstein. Cuando la periodista le señaló que esta detención había tenido un impacto muy negativo entre los periodistas de Yemen, el embajador respondió: “Esto no tiene nada que ver con el periodismo; esto tiene que ver con el hecho de que este hombre era un auxiliar de Al Qaeda. Si los demás periodistas no están haciendo lo mismo que hacía él, no tienen nada que temer de nosotros”.
Pero lo que muchos periodistas de Yemen piensan es que los “hechos” hasta ahora conocidos sobre la supuesta “ayuda” de Shaye a Al Qaeda son que lo que EE.UU realmente considera un crimen es que se entreviste a figuras asociadas con Al Qaeda o se reporte la muerte de civiles en ataques estadounidenses.
“Lo peor de este caso no es sólo que haya un periodista independiente que esté preso por pedido de EE.UU”, dice Craig, “sino que de alguna manera se haya logrado impedir que otros periodistas investiguen los ataques aéreos contra civiles u obliguen al gobierno a rendir cuentas. Shaye hacía las dos cosas”. Y agrega: “Con el notable aumento de ataques de drones estadounidenses que ha tenido lugar en los últimos tiempos, Yemen necesita periodistas como Shaye para informar lo que realmente está pasando”.
Traducción al español por Claudio Iván Remeseira.