El 2 de diciembre de 2010, los pasajeros que hacían cola para bajar del Boeing 777 que acababa de llegar de Londres al Aeropuerto Internacional Guarulhos de San Pablo, Brasil, llevaban un ejemplar del diario Folha de São Paulo bajo el brazo. El principal título de portada decía: “Brasil teme ataques terroristas en las Olimpíadas 2016, afirma Embajada de EE.UU”. La fuente de esa información era un cable secreto, el primero de los miles de cables diplomáticos clasificados que serían dados a conocer al mundo en las siguientes semanas por el sitio de denuncias WikiLeaks. Entre los pasajeros de ese vuelo se encontraba una mujer joven con una mochila al hombro; dentro de la mochila, escondido entre un montón de ropa desordenada, había un pen drive con más de 3.000 cables emitidos entre 2003 y 2010 por la embajada y los distintos consulados estadounidenses en Brasil. ¿Quién había provisto los cables? WikiLeaks.
Esa masa de información crítica incluía menciones a las diferentes operaciones políticas y diplomáticas llevadas a cabo por los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama durante los dos períodos presidenciales de Inacio “Lula” da Silva, el progresista primer mandatario que consolidó el ascenso de su país a la categoría de potencia mundial. En los meses que siguieron, las notas que fueron apareciendo en los diarios nacionales revelaron las conexiones de la Casa Blanca con el aparato militar brasileño, los esfuerzos del presidente Bush para persuadir a Lula que espiara al mandamás venezolano Hugo Chávez, y la creciente insatisfacción de la administración Obama con la íntima relación entre Brasilia y Teherán. Al margen de estas revelaciones, el “Cablegate” brasileño tendría un significativo impacto en la profesión periodística, fortaleciendo la cultura de transparencia en el preciso momento en que el país comenzaba a revisitar la herencia de la dictadura militar de 1964-1985.
Gracias a la estrategia concebida por el fundador de WikiLeaks, Julian Assange—y a aquel pequeño pen drive—Brasil fue el primer país sudamericano que recibió los cables. Yo fui parte del equipo seleccionado por WikiLeaks en las semanas previas a las filtraciones, que comenzaron el 29 de noviembre de 2010. Nuestro principal objetivo era construir una red de medios en países ricos y pobres, de manera de garantizar la difusión global. Un grupo de periodistas profesionales revisó los cables, escribió las notas para el sitio de la organización y diseñó pautas para que otros medios pudieran investigar y reportar los documentos filtrados a la prensa.
Assange es el producto de una cultura cyberpunk basada en la colaboración y la libre distribución de data; la estrategia de WikiLeaks combinó esa filosofía con la necesidad de los medios de tener cierta exclusividad sobre el material que publican. El arreglo original incluía cuatro publicaciones europeas: The Guardian, Le Monde, El País, y Der Spiegel, que recibieron la colección completa de 250,000 cables con varios meses de anticipación. The New York Times obtuvo los cables de The Guardian. En enero de 2011, todas estas empresas aceptaron renunciar a la exclusividad del material. Al final, el acuerdo alcanzó a unas 90 organizaciones de noticias alrededor del mundo.
Yo fui también una de las primeras periodistas que conoció los cuarteles secretos de WikiLeaks en Ellingham Hall, en Norfolk, Inglaterra. Durante diez febriles días de noviembre en 2010, trabajé junto con otros periodistas, activistas y abogados sin parar, sentados a una mesa atiborrada de laptops y celulares, escribiendo los artículos y discutiendo las mejores tácticas para difundirlos.
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En el caso de Brasil, ese apuro era esencial. Lula dejaba la presidencia a fines de 2010. Mi posición fue que los cables que afectaran su gobierno debían ser dados a conocer lo antes posible. Assange y el resto del equipo estuvieron de acuerdo.
Brasil tiene sólo un puñado de diarios de alcance nacional, todos pertenecientes a corporaciones con intereses políticos y económicos que influyen en la manera en que cubren los temas. De hecho, cinco grupos, propiedad de seis familias, controlan el 70 por ciento de la prensa brasileña. “Bueno, démosle los cables a un diario progresista”, me dijo Julian. “No hay ninguno”, le contesté.
Por cierto, Brasil tiene buenos reporteros que son capaces de hacer un trabajo profesional, aún con sus sesgos, y aún cuando deban enfrentar serias dificultades en sus propios medios para publicar su trabajo. De modo que decidimos correr el riesgo. Llamé a uno de esos periodistas, Fernando Rodrigues, de Folha, y le pregunté si sus empleadores estarían dispuestos a cooperar con WikiLeaks. Respondió que sí, que había interés. Para respetar el acuerdo de exclusividad que estaba todavía vigente con la prensa europea y estadounidense, le dije que yo publicaría primero las notas en el sitio de WikiLeaks y que se las pasaría luego junto con algunos fragmentos de los cables, para que él las reprodujera en el diario.
El 29 de noviembre, apenas unas horas después que El País de España lanzara la primicia, Folha de São Paulo publicaba en Brasil su primer artículo generado por WikiLeaks. Bajo el título “Brasil disfrazó la lucha contra el terror” (“Brasil disfarçou luta antiterror, dizem EUA”), el artículo afirmaba que las autoridades brasileñas habían detenido a sospechosos de terrorismo acusándolos de otros crímenes, para no llamar la atención sobre su arresto. El gobierno de Lula desmintió esas afirmaciones y la historia murió pronto, pero alcanzó a ser levantada por todos los diarios, TV y radios del país, abriendo así el apetito de éstos por más revleaciones de WikiLeaks.
Al día siguiente escribí un artículo titulado “Mi amigo Jobim”, sobre el ministro de Defensa de Lula, Nelson Jobim, y sus múltiples encuentros con el embajador de EE.UU en Brasil. La fuente en este caso eran cables que mostraba de qué manera la administración Bush había buscado desarrollar con las fuerzas armadas locales una relación que contrabalanceara la postura independiente de Itamaraty, la cancillería brasileña.
“Jobim desafía la histórica supremacía de Itamraty en todas las áreas de política exterior”, reportaba el embajador Clifford Sobel a sus superiories del Departamento de Estado norteamericano. Sobel llamaba a Jobim un “activista inusual” en su defensa de los intereses de EE.UU. En un desayuno en casa del embajador, Jobim llegó a decirle que Samuel Guimaraes, secretario general del ministerio de Relaciones Exteriores, “odia a Estados Unidos” y “está deliberadamente buscando crear problemas en la relación entre ambos países”. Esta fue una de las tantas veces que Jobim transmitió chismes hostiles sobre ese ministerio y su jefe, el canciller Celso Amorim, a diplomáticos norteamericanos.
Folha comentó el artículo pero no se enfocó en las indiscreciones de Jobim sino que hizo hincapié en que los diplomáticos de EE.UU veían a Itamaraty como un enemigo. Otros blogs de izquierda retomaron en cambio el enfoque original, llegando en algunos casos a llamar a Jobim “traidor”. Esto generó un breve escandalete político.
Jobim negó haber hablado mal de sus colegas del servicio exterior. Ante las consultas de los periodistas, Lula dijo que le creía a su propio ministro de Defensa antes que al embajador de EE.UU. Pero la historia socavó las chances de Jobim en el gabinete de la sucesora de Lula, Dilma Rousseff. A los siete meses de haber asumido, Dilma despidió a Jobim luego que éste hiciera unos comentarios sexistas sobre dos ministras. Para echar alcohol en la herida, su remplazante fue nada menos Celso Amorim, el ex canciller criticado por Jobim en los cables.
Folha fue uno de los dos diarios brasileños que recibieron cables de WikiLeaks. Luego de discutir con Assange la conveniencia de agregar otro medio para generar más cobertura de las filtraciones y una mayor competencia entre las compañías periodísticas, decidimos que el mejor candidato era O Globo, de Río de Janeiro. Convencer a las dos compañías—ambas naturalmente hambrientas de “exclusividad” y ganancias—de aceptar este arreglo no fue una tarea fácil.
La conducción de Folha no estuvo contenta, pero aceptó. El 5 de diciembre, su cronista Rodrigues y yo nos encontramos en un restaurante del centro de San Pablo con Tatiana Farah, reportera especial de O Globo. La conversación fue amistosa; finalmente acordamos que entre los tres determinaríamos los temas a cubrir y que después cada uno escribiría su propio artículo, siempre sobre la misma colección de cables. Esta colección era tan rica que permitía escribir un artículo por día hasta el Año Nuevo. Después, cada reportero quedaba en libertad de escribir sobre lo que quisiera.
O Globo y Folha armaron equipos de experimentados periodistas para escribir sobre sus áreas de especialización; yo trabajé sola, casi sin dormir, en un pequeño apartamento de San Pablo, tratando de seguirles el ritmo. En cuatro meses publiqué unos 80 artículos. Entre estos artículos y los que aparecieron en aquellos dos diarios, los cables de WikiLeaks generaron en Brasil más de 150 notas. Estas son algunos de los más importantes:
§ Durante la administración Bush, los diplomáticos estadounidenses insistieron en varias oportunidades ante el gobierno brasileño para que éste liderara el esfuerzo regional para aislar al presidente venezolano Hugo Chávez, aun llegando a proponer que Brasil se involucrara en tareas de espionaje contra él. El 14 de marzo de 2005, el entonces embajador norteamericano John Danilovitch pidió al canciller Amorim que “considerara institucionalizar un incremento del compromiso político” de ambos países respecto de Chávez, incluyendo “un acuerdo para compartir inteligencia”. “No vemos a Chávez como una amenaza”, respondió Amorim.
§ La relación entre Brasil e Irán, en especial los intentos brasileños para oficiar como mediador en las negociaciones sobre inspecciones nucleares en este país, han sido un factor de irritación para la administración Obama. “[El gobierno brasileño] no termina de entender las dinámicas multilaterales en torno a Irán y el Medio Oriente; sus frenéticos esfuerzos por acercarse a todas las partes de este conflicto aumenta el riesgo de errores y malentendidos”, escribió Lisa Kukisky, encargada de negocios de la misión brasileña, el 6 de noviembre de 2009.
§ José Dirceu, ex mano derecha de Lula, debió abandonar el gobierno en 2005 por acusaciones de corrupción. Luego de su dimisión, Dirceu se reunió en dos oportunidades con diplomáticos norteamericanos. En el encuentro con el cónsul de EE.UU en San Pablo, amargamente admitió haber obtenido financiamiento ilegal para la campaña de Lula, y pareció acusar al presidente de complicidad. “Lula no toma cartas en el asunto –dijo–, y debería haber prestado más atención al cultivo de fuentes financieras legítimas luego de las elecciones de 2002”.
A mediados de 2011, era claro que los dos periódicos estaban perdiendo interés en su acuerdo con WikiLeaks, ya que estaban dedicando cada vez menos espacio al “Cablegate”. Fue entonces que comencé un blog, que atrajo un gran número de seguidores. Este fue el comienzo de WikiLeaks, Fase II: el contacto con los medios no tradicionales.
Más que decidir yo misma qué cubrir, dejé que el público decidiera qué temas le interesaban más. Pedía a mis lectores que enviaran una lista de tópicos; luego hacía una búsqueda entre los cables y enviaba los documentos más relevantes a un grupo de blogeros. Así se generaron algunos artículos interesantes, entre ellos los que revelaron las reuniones entre funcionarios norteamericanos y políticos de la oposición, como el candidato presidencial José Serra. En esas reuniones, según los cables, Serra sugería que en caso de ser elegido presidente tendría una relación más cercana con EE.UU. Ni Folha ni O Globo, fuertes críticos del gobierno de Lula, publicaron una sola nota sobre esos encuentros.
A mediados de marzo, el interés de los blogeros comenzó a decaer también. Pero todavía quedaban cientos de documentos para revisar. Fue entonces que junto con otras colegas periodistas fundamos Publica, el primer centro de periodismo investigativo sin fines de lucro de Brasil. Inspirado en organizaciones similares de los EE.UU como ProPublica, produciríamosnotas que otros medios podrían reproducir libremente, bajo licencia de Creative Commons.
Nuestro primer desafío fue analizar los documentos aún no revisados y escribir sobre ellos. Con un staff transitorio de 15 periodistas voluntarias lanzamos otros cincuenta artículos. Mi favorito es uno sobre la transferencia secreta a Brasil de 30 agentes de la DEA que habían sido echados de Bolivia por espionaje y colaboración con la oposición. Estas notas crearon otro sacudón en la prensa brasileña. Pero, sobre todo, probaron que era posible que un grupo de investigación independiente estuviera a la par de los medios tradicionales a la hora de hacer periodismo profesional, cubriendo aquellos temas que los medios convencionales no cubrían.
El impacto de WikiLeaks en la prensa brasileña ha sido incuestionable. En unos pocos meses, decenas de artículos basados en documentos inéditos sobre la última dictadura brasileña comenzaron a aflorar en la prensa. Folha de São Paulo creó la sección “FolhaLeaks”, claramente inspirada en nuestro precedente, y estableció una unidad de investigación en la capital del país, Brasilia. Medios tradicionales e independientes producen hoy más notas de investigación que apenas un par de años atrás, y hasta gigantes corporativos como Globo y Grupo Bandeirantes, las dos mayores cadenas televisivas de Brasil, se pelean para patrocinar el congreso anual de la Asociación Brasileña de Periodismo de Investigación. Publica es una activa gestora de este proceso.
WikiLeaks demostró también que más de un cuarto de siglo después del final del régimen militar, la sociedad brasileña está lista para reclamar mayor transparencia y rendición de cuentas de sus gobernantes. El “Cablegate” generó en Brasil un atrasado debate sobre la transparencia de los actos de gobierno y la necesidad de una ley de libertad de acceso a la información, impulsada por las organizaciones de periodistas. Cuando Rodrigues, quien además fue director de la Asociación Brasileña de Periodismo de Investigación, se quejó de la lentitud con la que ese proyecto de ley era tratado por el congreso, el presidente del Senado y ex presidente de Brasil José Sarney declaró que los documentos debían seguir siendo secretos porque “no podemos hacer un WikiLeaks de la historia nacional”. El repudio a los dichos de Sarney fue enorme.
Finalmene, el 18 de noviembre de 2011 la presidente Rousseff firmó la Ley de Libertad de Accesso a la Información. La norma se hizo efectiva el 16 de mayo de este año, una fecha histórica para la cultura política brasileña. Desde entonces ha sido ampliamente usada por reporteros que investigan temas relacionados con gobierno.
Este impacto en la comunidad periodística brasileña es el verdadero legado de WikiLeaks. Las filtraciones demostraron que cuando el periodismo de investigación revela los mecanismos internos del poder político y promueve la transparencia, no sólo está ejerciendo su función crítica, sino que también puede ser una profesión excitante y atractiva. Hoy, está claro que el pueblo brasileño quiere saber, y que el periodismo de investigación está dispuesto a informarle.
Traducción al español de Claudio Iván Remeseira.