¿Puede ‘Caring Across Generations’ cambiar al mundo?

¿Puede ‘Caring Across Generations’ cambiar al mundo?

¿Puede ‘Caring Across Generations’ cambiar al mundo?

Una nueva organización une a prestadores y destinatarios de cuidados domiciliarios para personas mayores o discapacitadas, bajo una perspectiva revolucionaria.

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El objetivo central de Caring Across Generations (que podría traducirse libremente al español como “Cuidémonos entre todos”) es generar un giro de 180 grados en la manera que los estadounidenses pensamos acerca de nosotros mismos, de los demás, de la economía y de los trabajadores. Esta iniciativa aspira a crear 2 millones de puestos de trabajo de calidad y a promover una vejez feliz y saludable para todos. Pero antes de llegar a ese punto, es necesario que hablemos un poco sobre las prestaciones para adultos a domicilio.

En una reciente reunión de del CAG llevada a cabo el pasado mes de febrero en Nueva York, Ai-jen Poo, co-directora de esta campaña y directora de la National Domestic Workers Alliance (Alianza Nacional de Trabajadores de Servicios Domésticos), sugirió a los asistentes que contaran historias personales relacionadas con el tema. 

Las historias no se hicieron esperar. Alguien contó la del abuelo que había sufrido una embolia y a quien su home attendant lo peinaba en el hospital. O la de la niñera que llevaba los chicos a la escuela para que la mamá pudiera ejercer su profesión de abogada. O la de persona discapacitada que requería un cuidado constante, y la de su compañera, Alexandra, que también se desplazaba en silla de ruedas. O la de Barbara, una trabajadora inmigrante que mira al futuro con inquietud. “Yo siempre me hice cargo de otros, pero voy a cumplir 65 años”, dice. “¿Quién se va a hacer ahora cargo de mi?”

Es curioso cómo funciona la mente. A los pocos minutos de estar escuchando a otros contar sus historias, me puse a pensar en mi padre, Michael Flanders, cuando trabajaba en Broadway. Mi padre era una estrella de las tablas, y también un superviviente de la polio; todas las tardes llegaba al teatro en su silla de ruedas ayudado por sus asistentes, gracias también a lo que su terapista físico había hecho a la mañana. Mi abuela Hope, por su lado, solía decir que era “independiente” porque se mantenía a sí misma dando clases de escritura en su propio apartamento; así vivió hasta pasados los 100. Pero nada de eso hubiera sido posible sin la ayuda cotidiana de Green Crooks, su asistente doméstica.

Estoy segura que todos tenemos alguna historia así para contar. Lo que en general no tenemos es un plan para cuando alguno de nuestros seres queridos empiece a necesitar estas atenciones, o para cuando nosotros mismos nos encontremos en esa situación. Peor aún: tampoco nuestro gobierno tiene un plan, a pesar de la crisis que ya se adivina en el horizonte.

A medida que la población inmigrante aumenta, los baby boomers envejecen. En 2010, cada ocho segundos alguien en este país cumplía 65 años. La “ola de la vejez” nos tapa, pero no es una ola: es un tsunami. Justo ahora, cuando más y más familias padecen una mayor estrechez económica, el número de personas en edad de comenzar a recibir dichos cuidados crece de manera exponencial: de 13 millones que eran en 2000, se espera que lleguen a 27 millones en 2050. La mayoría quiere además quedarse en su casa, lo cual es también más barato (según la National Association for Home Care and Hospice, el costo de un día de internación en una residencia para ancianos es cuatro veces mayor que 12 horas de cuidados a domicilio). La actual fuerza laboral de este tipo de trabajadores, alrededor de 2 millones de personas, no alcanza ni por asomo para cubrir esa demanda.

Los cuidadores a domicilio altamente calificados no abundan, y es fácil entender porqué. En su gran mayoría se trata de mujeres, generalmente jóvenes e inmigrantes. Este es un gremio desprotegido, que no está cubierto por las regulaciones básicas de salario y trabajo extra que rigen para los trabajadores de hogares de internación. En 1938, cuando se aprobó la Ley de Estándares Justos de Trabajo, se suponía que quienes prestaban estos servicios eran parientes o amigos de los destinatarios; esta visión condujo al desfasaje actual. En 2009, de acuerdo con el Paraprofessional Healthcare Institute, la media salarial del sector era de $15,611 por hora; en 2010, la media había caído a $9.40 por hora. Más de la mitad de este personal vive además en casas cuyos propietarios dependen de algún tipo de subsidio social. Y aunque la industria (mayormente sin fines de lucro) del cuidado a domicilio ha alcanzado ya los 85 mil millones de dólares, estas trabajadoras pueden ser contratadas y despedidas con total libertad.

Que se organicen entonces, dirán algunos. Esto es precisamente lo que Caring Across Generations está haciendo. “Con semejante crisis de empleo deberíamos estar creando millones de puestos de trabajo en este sector”, dice Ai-jen Poo, que empezó a abocarse al tema en el momento más ríspido del crash económico. “Esto acarrearía un beneficio neto tanto para los prestatarios como para los destinatarios de los servicios”, agrega.

Sólo hay un pequeño problema: aunque algunos estados han extendido sus protecciones legales a estas trabajadoras, ellas carecen del derecho federal para formar un sindicato o reclamar colectivamente. Ni siquiera constituyen un auténtico colectivo, sino más bien una fuerza laboral atomizada en un sinnúmero de casas particulares—un sitio laboral privado en el cual, en palabras de Friedrich Engels, las mujeres son abierta o encubiertamente “esclavizadas” por los propietarios.

Poo y sus camaradas lo tienen bien claro. Apuntando precisamente a la fragmentación que hace tan difícil la organización de esta actividad, buscan generar las conexiones que permitan revertir el problema.

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La campaña nacional de Caring Across Generations fue lanzada en julio de 2011 por Poo y Sarita Gupta, directora ejecutiva de Jobs With Justice (Trabajos con Justicia), durante un encuentro realizado en el Hilton de Washington ante más de 700 personas. El escenario rebosaba de trabajadoras, jubiladas y personas con discapacidades –en su mayoría mujeres–, una virtual representación de todos los sectores afectados por la crisis.

Dando un ejemplo de voluntad de acción inusual en la capital del país, las colaboradoras de la campaña abarcaban todo el espectro de la comunidad laboral, desde AFSCME y la SEIU a organizaciones como la Alliance of Retired Americans, National Day Laborer Organizing Network e YWCA. La Secretaria de Trabajo, Hilda Solís –hija de una trabajadora doméstica—, se dirigió con estas palabras a la nutrida concurrencia: “Los Estados Unidos deben ser una nación en donde los proveedores de servicios de atención para adultos y nuestros seres queridos cuenten con la misma dignidad y respeto.”

La consejera de la Casa Blanca Valerie Jarrett y Luz Shuler, secretaria tesorera de AFL-CIO, se hicieron también presentes. Pero las estrellas de la jornada fueron las proveedoras de servicios y sus clientes, gente como Tracy Dudzinski, de la Direct Care Alliance, que viene trabajando con este tema en Wisconsin desde hace 15 años. “Muchos creen que somos meras acompañantes o que estamos para cambiarle la chata a los viejos”, dijo ante una ovación. O la rabina Felicia Sol, de Bend the Arc: A Jewish Partnership for Justice, quien señaló que en los funerales pocas veces se ve a los médicos de los miembros de la congregación fallecidos, “pero casi siempre hay una inmigrante o una mujer de color, la trabajadora que proveyó de dignidad y cuidado a esa persona en la etapa final de su vida”. 

Jessica Lehman, de Hand in Hand: The Domestic Employers Association, explicó que si a pesar de sus limitaciones físicas podía aún trabajar a tiempo completo era gracias a la ayuda de su asistente doméstica. “Sin ella no podría organizar mi vida, no podría trabajar ni pagar impuestos, y estaría viviendo en una institución”, dijo. Su organización, formada principalmente por empleadores, asiste a los rallies, firma peticiones y defiende a las empleadas porque “nuestra calidad de vida depende de la calidad de vida de ellas”.

Luego del almuerzo, las concurrentes marcharon al Congreso a hacer lobby contra los recortes en Medicaid y Medicare. Llevaban con ellas los dibujos hechos por sus hijos, que jugaban en la guardería de la conferencia mientras sus madres participaban de las deliberaciones.

Al igual que la Alianza Nacional de Trabajadores de Servicios Domésticos, Caring Across Generations apunta a construir relaciones entre empleados y empleadores. Por eso es rigurosa para encarar la formación de sus líderes y se preocupa por brindar buenos servicios a sus miembros, desde la traducción simultánea de las charlas a varios idiomas, a la organización de actividades a las cuales las participantes puedan asistir con sus hijos.

Los nuevos puestos de trabajo proyectados por la organización incluirán programas de entrenamiento para mejorar la calidad de las prestaciones, al igual que un amplio apoyo para acceder a la ciudadanía estadounidense. Poo cree que la implementación del nuevo sistema podría financiarse con el diferencial entre los costos del servicio institucional y los del servicio doméstico, que son menores que aquel. Otras posibles fuentes de financiamiento incluyen recortes al presupuesto de defensa, la creación de impuestos a las transacciones financieras y el aumento de cargas a las corporaciones. “Lo que no es aceptable es que equilibremos los libros sobre la espalda de las trabajadoras”, dice Poo. CAG está también luchando para expandir Medicaid y Medicare y para proteger el gasto en salud y Seguridad Social de la tijera republicana.

Cuando habla, Poo retorna una y otra vez a los principios básicos del movimiento obrero, del movimiento por los derechos civiles, los derechos de las mujeres, los derechos de la comunidad LGBT y el abolicionismo. “Todos esos movimientos buscaron una misma cosa: respeto y dignidad, no para uno u otro grupo en particular, sino para todo el género humano”, afirma. Poo cree que si uno logra conectarse con esos principios fundamentales puede llegar a construir el poder real necesario para recrear un movimiento que adquiera la misma envergadura de aquellos.

CAG ya puede exhibir un primer triunfo. Varias de sus integrantes han estado luchando durante años para cambiar las leyes federales de trabajo; la organización, secundada por una campaña de firmas, llevó el tema a la Secretaria Solís. En diciembre pasado, sus dirigentes acompañaron al presidente Obama cuando éste anunció la extensión del salario mínimo y de la obligación del pago de horas extra a decenas de miles de trabajadores de la salud. La industria dijo que esos aumentos elevarían sus costos, pero CAG inundó el website del Departamento de Trabajo con comentarios a favor de la ley. El período de comentarios cerró el 12 de marzo; el Departamento tiene 60 días para evaluar el caso, luego de lo cual la Oficina de Management y Presupuesto contará con otros 90 días antes de determinar si las nuevas reglas entrarán o no en efecto. Esto ocurriría antes del relevo presidencial del año próximo.

“Después de estar tanto tiempo a la defensiva, por fin tenemos una agenda con visión de futuro”, dice Deepak Bhargava, del Center for Community Change. Esta agenda implica también la respuesta a una pregunta crítica: ¿es posible unir con éxito grupos que nunca antes habían accionado juntos y lograr que se concentren en un objetivo común? “Estos grupos han estado enfrentados entre ellos por mucho tiempo”, dice Ellen Bravo, de Family Values@ Work, una coalición interestatal que propugna la creación de un seguro familiar de asueto y días de enfermedad de alcance nacional. Al igual que Bhargava, Bravo tiene una larga experiencia en su haber, y es una de las signatarias del CAG Leadership Team.

Desde el lanzamiento de la campaña, CAG ha fundado comités en todo el país. Estos comités reúnen personas de ambos lados de la ecuación de los cuidados domésticos en pos de una misma meta: impedir el recorte de gastos sociales y del derecho a la organización sindical, e incrementar los recursos. Estos comités han también planificado sendos congresos en Los Angeles, San Francisco, Dayton, Seattle, San Antonio y otras ciudades clave. El congreso de Nueva York tendrá lugar en junio.

SEIU, el poderoso sindicato de trabajadores de servicios que representa a más de medio millón de asistentes domésticos de todo el país, está también colaborando con CAG. Como parte de esa ayuda, SEIU ha contribuido a solventar el congreso de CAG en Seattle. “En el pasado hemos colaborado con otros grupos en temas de inmigración, seguro de salud y cuidados domésticos, pero ésta es la primera vez que lo hacemos con una entidad que quiere integrar todas las piezas del rompecabezas tras una sola dirección”, dice Abigail Solomon, director de SEIU Home Care. “Esta coalición llega a estados como Texas, en donde los trabajadores de este rubro necesitan organizarse. Estamos haciendo un esfuerzo simultáneo a nivel local y nacional.”

El sindicalismo tradicional entendió el mensaje: si quiere seguir siendo relevante en un mundo post-industrial, debe acercarse a estas trabajadoras. Luego del comercio minorista y la enfermería, el de  cuidados domésticos es el tercer sector de más rápido crecimiento en el mercado laboral de Estados Unidos. Pero organizar a estos gremios ha probado ser un empeño lento y complejo, que en lugar de disminuir, a menudo ha incrementado el aislamiento de los sindicatos.

“En términos de regulaciones laborales, los prestadores de cuidados domésticos están en el Salvaje Oeste”, dice Jennifer Klein, co-autora (con Eileen Boris) de un libro sobre este tema. Entrampados en la maraña burocrática del welfare y de los servicios de salud y trabajo social, estas trabajadoras pueden ser consideradas tanto empleadas públicas pagadas por el estado a través de Medicaid, como contratistas privadas empleadas por una agencia o directamente por el cliente. No hay límites claros, ni reglas o esquemas fijos, ni la típica trastienda para las negociaciones entre patrones y obreros. Esta confusión se presta también al conflicto entre sindicatos. Cuando la unión de 74,000 trabajadoras (en su mayoría Latinas) de cuidados domésticos de Los Angeles se unió a SEIU en 1999, el movimiento laboral celebró por un rato, pero muy pronto la SEIU se enredó en una amarga disputa con la unión de empleados públicos de California acerca de la forma en que estas trabajadores debían ser contratadas y representadas en el futuro. 

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Las mujeres que lideran Caring Across Generations han construido el tipo de relaciones que los sindicatos tradicionales necesitan construir para ganarse la confianza de los nuevos afiliados.

Sarita Gupta tiene una larga experiencia como supervisora nacional de las operaciones de Jobs With Justice. En ese rol debió coordinar la acción de grupos de trabajadores independientes y sindicatos tradicionales para negociar salarios, derechos de inmigrantes y el acceso a los servicios de salud.

Poo alcanzó el estrellato como líder sindical en 2010, cuando su unión movilizó tal cantidad de niñeras a Albany que los legisladores estatales de Nueva York se vieron obligados a aprobar la Carta de Derechos de las Trabajadoras Domésticas. Esta fue la primera norma de su tipo en todo el país que reconoció a dichas trabajadoras el derecho a horas extras, licencias pagas de tres días y garantías contra el acoso y discriminación de sus patrones. Una ley similar está en estudio en California; con el apoyo de la AFL-CIO, las trabajadoras domésticas persuadieron a la Organización Internacional del Trabajo de aprobar una versión global de la ley.

 “Esa experiencia me enseñó que los aliados imposibles no existen”, dice Poo.

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Al igual que Gupta, Poo proviene del campo de la militancia interseccional, el ámbito dentro del cual se mueve la mayoría de los trabajadores “no-tradicionales” y hacia donde sin duda se dirige el grueso de la fuerza laboral. A diferencia de los sindicatos y de los líderes comunitarios tradicionales, que viven de ciclo electoral en ciclo electoral, los líderes interseccionales ponen el énfasis en la construcción de poder con estrategias de largo plazo, que no siempre devengan victorias inmediatas.

Gupta se desempeñó en el comité de planificación nacional del U.S. Social Forum, el equivalente para organizadores comunitarios independientes de la convención de la AFL-CIO. La National Domestic Workers Alliance surgió del primer US. Social Forum, celebrado en 2007 en Atlanta. En la asamblea de 2010 en Detroit, el Foro organizó una asamblea de “trabajadores excluidos” (no cubiertos por las protecciones de la ley federal del trabajo), unas 400 personas entre los que se contaban jornaleros, empleadas domésticas, conductores de taxi, ex presidiarios y trabajadores de estados que atentan contra los derechos sindicales.

Saket Soni, director ejecutivo del Workers’ Center for Racial Justice de Nueva Orleans, salió de esa asamblea con una amplia sonrisa. En una entrevista para GRITtv definió las deliberaciones como “históricas” y señaló que eran una medida de la madurez alcanzada por el movimiento. Parecía como que los trabajadores que habían estado en los márgenes de la vieja economía emergían ahora como centrales representantes de la nueva. A pesar de su falta de experiencia en organizaciones territoriales, de sus horarios erráticos y de la evidente debilidad de su poder de negociación colectivo, dichos trabajadores habían sido pioneros en la creación de coaliciones capaces de tener un impacto en el nuevo escenario laboral. De pronto, habían pasado a ser veteranos del mundo post-industrial y post-sindicalizado que los empleados públicos de Wisconsin y Ohio habrían de descubrir seis meses más tarde.

Por eso, CAG es también un test de una teoría del Social Forum según la cual la gente más afectada por determinada crisis es la que está en mejores condiciones para encontrar la salida. Con su pequeña pero extraordinariamente impactante voz, Poo dice creer que el poder irrefrenable del amor es la mejor herramienta para alcanzar los fines del movimiento. Fue precisamente amor en acto lo que según Poo motivó a los porteros del East Side a acompañar la lucha de los trabajadores domésticos de sus edificios, o lo que llevó a los hijos de las empleadas y los hijos de las empleadoras a marchar codo con codo bajo la consigna Respeten a my mamy y Respeten a mi nanny.

Para bien o para mal, los trabajadores de cuidados domésticos son miembros de la familia, y el amor debe ser parte de la ecuación. Esto es lo que hace que esta negociación sea radicalmente distinta de la típica negociación entre patrones y empleados. Las historias con la que empezamos este artículo exponen nuestra propia vulnerabilidad como seres humanos y socavan la noción del hombre-isla que subyace a la iconografía norteamericana. Como las marxistas feministas han proclamado hasta el hartazgo, detrás del mito del héroe individualista suele haber una mujer sin paga o un esclavo. En Estados Unidos, los derechos individuales, como el derecho al voto, han sido históricamente más fáciles de conseguir que los derechos colectivos, como el derecho a organizarse. La globalización, la mecanización y tres décadas de asalto corporativo sobre los sindicatos han exacerbado el problema. Más estadounidenses que nunca se encuentran hoy a la intemperie en su lugar de trabajo, privados de la protección de un sindicato.

“Las mujeres hemos sido siempre las pioneras, aventurándonos en cosas que nadie quería hacer”, dice Heidi Hartman, miembro del Institute for Women’s Policy Research e integrante del comité de conducción de CAG. “Estos son los empleos que ellas pueden conseguir, y éste es también el tipo de empleos hacia el cual la economía en general se está orientando”. Pero no hay ninguna razón por la cual trabajos como el cuidado doméstico no puedan ser también trabajos de calidad. Los primeros puestos en la línea de montaje fueron ocupados por mujeres porque los hombres no los querían. Con el paso del tiempo, el excedente de mano de obra de los campos fue a parar a los talleres mecánicos textiles y la organización mejoró las condiciones laborales. Del mismo modo, lograr que los trabajos de mala calidad de hoy se conviertan en “buenos” trabajos mañana implicará dos cosas: un cambio cultural en la sociedad y mucha presión por parte de los trabajadores.

El pasado mes de febrero conocí a Erika en su casa de Connecticut. Erika (no su verdadero nombre) tiene 56 años y sufre de artritis, pérdida muscular y dolor de huesos. Es una mujer voluminosa en un apartamento pequeño, y cada uno de sus lamentos es escuchado por Mel (tampoco su nombre real), una inmigrante liberiana que vive con Erika como su cuidadora personal. “No puedo oírla sufrir y no venir a ver qué pasa”, dice Mel. Dolorida y frustrada por sus padecimientos, su patrona no es del tipo de las que se tragan las penas en silencio. Todo esto se traduce en un trabajo de 24 horas por día los siete días de la semana, aunque Mel sólo cobra 21 horas por semana. Erika, que depende de la asistencia pública, dice que “ama” a su “ángel” pero que no puede pagarle tiempo completo. Mel podría tener otros clientes, pero a $12.30 la hora, más los gastos de comida y vivienda, tampoco puede costearse el ir a ver a otros clientes (los trabajadores de cuidados personales no pueden deducir sus gastos de viaje). En realidad, tampoco sabría cómo ni dónde conseguirlos. Ahora, Erika debe internarse para una operación; por ley, los días que ella no esté en su casa, Mel tampoco podrá cobrarlos.

Las dos mujeres fueron juntas al capitolio del estado para sumarse al reclamo por los derechos de negociación colectiva organizado por el movimiento laboral. En marzo de este año, las empleadas de cuidados domésticos de Connecticut que cobran a través de Medicaid decidieron unirse a la división regional del SEIU y formar el Connecticut Home Care United, primer sindicato de este rubro en ese estado. El año pasado, el gobernador Dannel Malloy firmó una orden ejecutiva apoyando el pedido, pero la ley no fue aún sancionada por la legislatura.

Cuando le pregunto cómo ve su futuro, Mel llora. “Yo apoyo al sindicato –dice- pero la verdad es que no veo de qué manera me puede ayudar.” Con evidente cansancio y desesperación, agrega: “Me siento atrapada.”

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Como Engels y las feministas sabían, la esfera privada es muy difícil de regular. La visión marxista era des-privatizar y colectivizar los servicios, aunque esto difícilmente se mencione hoy en día. Karen Higgins, co-presidenta de National Nurses United, piensa sin embargo que seguir la corriente es también peligroso. “Queremos que la gente tenga opciones, pero éstas no pueden ser determinadas por la necesidad de equilibrar los presupuestos públicos”, dice. “Las enfermeras estamos todavía padeciendo los efectos negativos de la desinstitucionalización del cuidado de salud mental”.

Para Solomon, la actual tendencia hacia el crecimiento de la atención doméstica debe ser acompañada por mayores regulaciones y supervisión del gobierno. ¿Cómo podría esto ayudar a Mel? Varios estados, por ejemplo, han creado un registro de potenciales clientes para sus miembros. Pero Mel (y Erika) necesitan mucho más que eso, desde servicios de salud gratuitos de alta complejidad hasta subsidios de vivienda y transporte público, y aún teléfonos celulares que les permita estar en contacto entre ellas y con el resto del mundo.

A medida que los derechos de sindicalización se expandan, cabe preguntarse también hasta qué punto trabajadoras como Mel serán sólo miembros cotizantes de una organización que les ofrezca poco más que la atención de una recepcionista amable. Mel tiene una voz y una historia para contar, pero sobre todo necesita tener el poder para cambiar sus condiciones de vida.

Y así es como retornamos a la cuestión del poder. En una era de recortes presupuestarios, eliminación de derechos adquiridos y guerra partisana en Washington, ¿será CAG capaz de ganar nuevas victorias, aunque sean simbólicas y pequeñas, como la aprobación de la Carta de Derechos de las Trabajadoras Domésticas o la propuesta presidencial para extender las garantías de la ley federal del trabajo? Más aún, ¿tendrá el poder necesario como para provocar cambios más profundos? Clinton introdujo esa misma extensión de garantías al final de su mandato, pero en 2000 las agencias de atención domiciliaria y los clientes presionaron a la administración Bush y lograron revertir la medida.

¿Cuáles serán entoncs los próximos pasos? “Los sindicatos y los movimientos sociales tienen ciclos de vida,” dice Poo, “y el nuestro está realmente en su infancia. Pero estoy convencida de que las posibilidades son ilimitadas porque realmente somos el 99 por ciento – o incluso el 100 por ciento, tal vez.”

Traducción al español por Claudio Iván Remeseira 

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