Desde que “homosexual” se convirtió en una categoría identificable, a fines del siglo XIX, prácticamente toda institución occidental intentó erradicar, castigar, reprimir y excluir a hombres y mujeres abarcados por aquella definición. La ciencia desplegó su arsenal de instrumentos clínicos (experimentación médica, terapia de electroshock, psicoanálisis, y el carcelario asilo) para “curar” a los individuos y a la sociedad de esta supuesta “enfermedad”. Del púlpito lanzaron el anatema del pecado y la vergüenza, que aparejó la condición de paria moral. El Estado hizo de los homosexuales una clase de criminales; de su vida sexual, un delito grave; de los signos de su existencia, materia de censura; de sus reuniones en lugares públicos, objeto de redadas, golpizas y arrestos masivos. En la Alemania nazi, el pogrom estatal alcanzó niveles de genocidio cuando miles de personas sospechadas de homosexualidad fueron exterminadas en los campos de concentración junto con millones de judíos. Más o menos por la misma época, en Estados Unidos los homosexuales eran considerados enemigos del Estado, infiltrados susceptibles de ser espiados por el FBI, chantajeados y acusados de sedición. Los empleadores, desde las grandes corporaciones a los pequeños negocios y las escuelas, consideraban que la menor insinuación de homosexualidad era causa legítima de despido. Todo esto envió un poderoso mensaje al conjunto de la sociedad: era perfectamente aceptable que familiares, vecinos, colegas y extraños repudiaran a los homosexuales, y aún que usaran la violencia en su contra (ver Mitt Romney a los 18 años).
En medio de esta pesadilla tuvo lugar uno de los movimientos sociales más notables del siglo XX: la lucha por la liberación e igualdad de derechos de gays y lesbianas. Haciendo gala de un enorme coraje, esos hombres y mujeres rescataron sus vidas de las garras de doctores, sacerdotes, policías y jueces, y se hicieron ver y oír como nunca antes. Salieron del closet, repudiando la vergüenza y el secreto. Eligieron sus propios nombres, crearon su propia, vibrante cultura y armaron sus propias organizaciones políticas. Y cuando la plaga se abatió sobre su comunidad supieron cuidar a sus enfermos, mientras que aquellos en el poder ni siquiera admitían la existencia del SIDA. Gays y lesbianas Impusieron al SIDA en la agenda nacional y exigieron poner fin a la criminalización del sexo entre personas del mismo género, reclamando así una ciudadanía plena y un lugar justo en la sociedad.
Con su declaración de apoyo al matrimonio gay, el presidente—arriesgando tal vez su futuro político—se la jugó por una minoría que aún muchos deprecian, y que hasta hace poco era despreciada por casi todos. Fue, sin duda, un acto valiente. Pero la epifanía moral alcanzada por Barack Obama no fue posible sólo gracias a sus conversaciones con colaboradores gay, con su esposa y con sus hijas, como dijo en esa ya histórica entrevista, sino también gracias a la lucha llevada a cabo por generaciones de activistas. La decisión del presidente nació del coraje acumulado a lo largo de todos estos años por el movimiento gay y sus aliados, por todos aquellos que crearon las condiciones que hicieron posible que el hombre más poderoso de la Tierra se uniera a su causa.
El eco de las palabras de Obama resonará por décadas, pero algunos de sus efectos son ya perceptibles. Luego del anuncio presidencial, prominentes demócratas como Harry Reid, Steny Hoyer, Jack Reed y James Clyburn salieron a apoyar el matrimonio igualitario, y el tema será probablemente incorporado a la plataforma del partido para las próximas elecciones. Es también de esperar que los futuros candidatos demócratas sean entusiastas defensores de los derechos gay; al salir a la palestra antes de las elecciones de noviembre, Obama se aseguró que al menos en este frente de la guerra cultural, los demócratas ya no se asustarán de sus oponentes. El partido asumió una posición clara y contundente, y si las encuestas sirven de alguna indicación, son los republicanos los que deberían estar preocupados.
La respuesta de Romney al anuncio del presidente fue una débil defensa de la posición anti-gay y un intento por cambiar rápidamente de tema. Es que el candidato republicano está a la derecha de George W. Bush: ambos quieren una enmienda constitucional que prohíba el casamiento entre personas del mismo sexo, pero Romney además se opone a las uniones civiles. No hay duda que la toma de posición de Obama aumentará el odio visceral que la derecha siente hacia él, pero dado el creciente apoyo que el matrimonio igualitario recibe de jóvenes y de independientes, la cuestión ya no divide las aguas como antes. Las diferencias entre los dos partidos han quedado de este modo cristalizadas: los bullies republicanos no sólo están decididos a discriminar a gays y lesbianas sino que también pretenden usar el poder del Estado para controlar la salud reproductiva de las mujeres. ¿Quieres tener vida sexual? No con los republicanos en el gobierno.
Por supuesto, todavía queda mucho por hacer: revocar DOMA (Ley de Defensa del Matrimonio, que define a éste como la unión legal entre un hombre y una mujer), revocar la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo, que hoy rige en unos 30 estados, y sancionar una ley de no discriminación de empleo, entre otras leyes. Obama morigeró el alcance de su propia declaración al afirmar que aún piensa que son los estados los que deben resolver esta cuestión, pero la Administración sabe que la igualdad de derecho al matrimonio para gays y lesbianas sólo se alcanzará a nivel federal. Es por eso que el gobierno apoya el proyecto de ley presentado por la senadora Dianne Feinstein para remplazar a DOMA. Sin meter mucha bulla, el Departamento de Justicia de Eric Holder ya ha desarrollado el argumento legal que sostiene que la discriminación según la orientación sexual debería estar sometida a un escrutinio mayor; este argumento jugará un papel decisivo cuando la discusión sobre la constitucionalidad del matrimonio gay llegue, como es de prever, a la Suprema Corte.
Cómo sea la composición de la Corte al momento de escuchar esos argumentos será un punto crítico para el futuro del matrimonio igualitario, tanto como lo es el hecho de que el presidente sea hoy Barack Obama y no John McCain. Pero mientras los medios especulan calculando las fuerzas políticas y económicas que decidirán el destino de esta pieza legislativa, no olvidemos a los verdaderos héroes de esta hora: esos millones de gays y lesbianas que durante décadas desafiaron valientemente el orden establecido, abonando así el terreno para el histórico anuncio de esta semana.
Traducción al español por Claudio Iván Remeseira.
The Editors