Trabajadoras del hogar versus Harvard: Feminismo en la era de Trump

Trabajadoras del hogar versus Harvard: Feminismo en la era de Trump

Trabajadoras del hogar versus Harvard: Feminismo en la era de Trump

Las mujeres inmigrantes de clase trabajadora, quienes se enfrentaron a la primera mujer presidenta de Harvard y a Sheryl Sandberg, han forjado un feminismo para el 99 por ciento.

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Pocas personas saben que Harvard es propietaria de un hotel—o, en las palabras de la media docena de correcciones publicadas por The Harvard Crimson, es propietaria de un edificio que alberga un hotel. El edificio es sencillo y es un DoubleTree Suites de Hilton ubicado en 400 Soldiers Field Road en Boston. Las ventanas del hotel tienen vista a la fea autopista sobre el Charles River, hacia el campus universitario de bachillerato en Cambridge. El día que me quedé en octubre, el frío de Boston acababa de comenzar. La marca DoubleTree está representada por una etiqueta en una galleta que dice “DoubleTree by Hilton,” la cual recibí en el vestíbulo, coronado con un revoltijo de metales brillosos colgando del techo, al lado de una salita con sillas de cuero y libros de arte. Las habitaciones están ubicadas en un área cuadrada alrededor de un patio interior de 15 pisos. Para subir, una se sube en un elevador de cristal que te lanza por el medio, piso por piso donde lo que se ve son docenas de carritos de limpieza, apilados hasta los seis pies de alto con suministros de limpieza, sábanas y colchas, empujados puerta a puerta por mujeres discretas vestidas con uniformes color gris.

Harvard compró 400 Soldiers Field Road en el 2005, cuando Jack R. Meyer, el famosamente exitoso Director ejecutivo de Harvard Management Corporation, estaba en la cima de su carrera, conduciendo el enorme fondo patrimonial de Harvard de $37 billones para desligarse de acciones y bonos conservadores y diversificar sus inversiones financieras. Harvard compró propiedades, apostó en productos como la madera (en cierto momento, Meyer tuvo tres leñadores profesionales a su lado para darle consejos) e incursionó en acciones emergentes y extranjeras. Harvard tienen una manera inusual de manejar muchos de sus fondos patrimoniales de manera interna y se ha convertido en un microcosmos de capital en sí mismo con administradores de fondos con sueldos muy altos—dos subdirectores de Meyer ganaron $25 millones al año—y una misión de reembolsar ganancias anuales de algunos miles de millones de dólares. A nivel financiero el fondo patrimonial empequeñece a la propia escuela; solo el crecimiento del fondo en el 2014 fue mayor que los gastos operacionales toda la universidad. Básicamente, Harvard es una enorme corporación de inversiones con una cantidad relativamente pequeña de educación adjunta.

Este fondo es fortalecido perpetuamente por sus graduados de alto calibre, que mantienen la reputación de Harvard como un campo de entrenamiento del poder de los Estados Unidos. Personas con influencia en el amplio espectro de los ámbitos de poder asistieron a Harvard, desde Steve Bannon de la derecha populista, hasta Jared Kushner de la derecha del club social, hasta Obama de la centro izquierda. Elizabeth Warren, la candidata favorita de los demócratas progresistas, no estudió ahí,—pero si enseñó en la escuela de leyes de Harvard. Desde que las mujeres se integraron en 1977, la universidad ha producido no solamente nuestros hombres más poderosos, sino también algunas mujeres poderosas, aunque continúa experimentando controversias sobre sexismo en el campus y en las aulas. (La actual presidenta de Harvard, Drew Faust, es la primera presidente mujer y ha intentado abordar estos problemas, especialmente en la escuela de negocios.) Antes de Trump, la última vez que un presidente de Estados Unidos no había asistido a Harvard o Yale fue en 1984.

Parte del dinero de Harvard al comienzo de los 2000’s se dedicó a la acumulación de tierra en Allston para el desarrollo de un complejo de ciencia e ingeniería. No había razón para que Harvard pensara que la compra de Hilton DoubleTree Suites, ubicado convenientemente cerca de este campus en construcción, sería diferente a cualquiera de sus otras inversiones. Era rentable en el 2006 y para el 2014 estaba ganando millones. Ya que Harvard tiene menos experiencia produciendo hoteles que fondos o futuros presidentes, Harvard Management Corporation mantuvo la administración en manos de Hilton (Hilton tiene cientos de estos acuerdos de propietario-operador alrededor del mundo). El hotel ha sido anfitrión de innumerables eventos de Harvard, la mayoría para la escuela de negocios que queda cerca.

Lo que nos lleva a todas esas correcciones extrañas del Harvard Crimson agregadas en el 2013 y el 2014 a artículos de hasta el 2005. Cada una dice: “Una versión anterior del titular de este artículo y declaraciones en el artículo, mencionaron que el DoubleTree Suites es propiedad de Harvard. Para aclarar, la compañía tiene sus instalaciones en un edificio que es propiedad de Harvard.”

La reticencia repentina de Harvard para reclamar la propiedad se originó a partir de una disputa laboral que duró tres años y que al final, expuso la tensión entre un creciente feminismo corporativo y los derechos de las mujeres de clase trabajadora. Una batalla con 60 trabajadoras de limpieza en el DoubleTree Suites de Boston-Cambridge administrado por Hilton Hotel ofreció una perspectiva alarmante del perverso rol del feminismo dentro del capitalismo del siglo 21 cuando le pidieron ayuda a la primera presidente mujer de Harvard y a una de las graduadas de Harvard más famosas, Sheryl Sandberg (BA 1991, MBA 1995), para que las apoyaran.

“Honestamente cuando empecé mi trabajo, pensé que no duraría mucho.” Dice Delmy Lemus, hablando en español. Lemus es una trabajadora de limpieza de 34 años, nacida en el Salvador y madre de dos criaturas. Nos acomodamos para conversar en el cuarto piso de la casa de ladrillos Phillips Brooks House en Harvard, hogar del Student Labor Action Movement (SLAM), un aliado importante en la campaña de las trabajadoras. Cerca de nosotras había un retrato de dos hombres jóvenes de Harvard, idénticos, de pelo castaño y con un modelo de un barco de vela, un recordatorio en óleo de que los Winklevii brotan eternamente en Harvard.

Nada tiene un linaje más largo en el feminismo que las crónicas sobre la limpieza—cuánto duele, lo poco que se respeta este trabajo. Doroty Lee Bolden, fundadora del Sindicato Nacional de Trabajadoras del Hogar en 1960, declaró que las trabajadoras de la limpieza del hogar, las niñeras y las proveedoras de cuidado habían construido la nación con “el sudor de su frente” de la misma manera en la que sus padres habían trabajado en los campos agrícolas. Cerca de medio millón de personas trabajan limpiando hoteles en todo el país, cerca de un 90 por ciento son mujeres. La industria de los hoteles de Boston prospera gracias al negocio de las universidade—en Harvard, la Universidad de Boston, Boston College y otras—alojando a participantes de conferencias, padres y madres de estudiantes universitarios y académicos de visita.

Lemus describe este trabajo como una carrera bajo presión: 30 minutos para limpiar un cuarto, sin tiempo extra por si un sórdido hombre de negocios fumó marihuana, dejó condones sucios tirados o vomitó en la bañera. Ese tipo de desorden se encuentra muy a menudo, pero la mugre es menos excepcional que el ritmo. Los hoteles sindicalizados en Boston, típicamente requieren que las trabajadoras limpien 15 habitaciones al día, mientras que las trabajadoras de limpieza sin sindicato en DoubleTree hacen casi el doble de eso, limpiando 14 suites (incluyendo habitación, sala y media cocina). Como resultado, según un informe publicado por la Local 26, una afiliada de UNITE HERE! en Boston que representa a trabajadoras de hospitalidad y turismo, la tasa de incidencia de lesiones relacionadas con el trabajo y enfermedades en el DoubleTree de Harvard fue 75 por ciento mayor en 2013 que la tasa de otros hoteles y para otros trabajadores de hospitalidad en Massachusetts durante el 2012. Las trabajadoras se quejaban de dolores crónicos de espalda causados por levantar los sofá-camas instalados en las suites en el 2008—para moverlos, las trabajadoras tienen que agacharse, levantar un colchón pesado y volverlo a poner en el sofá. Cuando la Local 26 las encuestó, 100 por ciento de las trabajadoras dijeron que estaban adoloridas. Sus lesiones se parecen a las de los trabajadores de la construcción.

El hotel estaba sereno, una tierra blanca de sueños en la superficie, galletas de chocolate calientes e invitados de la escuela de negocios descansando bajo colchas gruesas— con una cierta sensación de fábrica al estilo Dickens, funcionando bajo la superficie. Un día cuando Lemus corría a tender la cama, intentando correr contra el tiempo, “mi pie se atascó en la sábana y me torcí fuertemente, me caí, me golpeé en la pared y me rompí la nariz. Me salió sangre por la boca y por la nariz. Yo pensé que también me había roto los dientes porque me estaba ahogando con mi propia sangre.” La primera cosa que preguntó la persona encargada de la supervisión mientras la llevaban hacia la ambulancia, fue cuántos cuartos había terminado.

Esta clase de administradores ciertamente estaban actuando bajo la presión de superiores. La mayoría de personas que trabajan en DoubleTree, cuando se les hizo una encuesta para otro informe sindical, dijeron que la carga de trabajo había incrementado en los últimos años. Los administradores le dijeron a los trabajadores que debían culpar la crisis económica, pero Lemus dice que estaba más relacionado con el cambio de administración.

Cuando la universidad tomó el mando, las cosas se pusieron tan estresantes que les decían a las mujeres que debían traer sus propios suministros de limpieza. Mientras que las trabajadoras de limpieza hacían malabares para cumplir sus tareas asignadas, cada día más imposibles de cumplir, trabajadoras que habían estado por mucho tiempo fueron despedidas. Lemus piensa que estaban tratando de despedir a personas con mejor sueldo por errores mínimos para poder reemplazarlas con gente nueva con sueldos más bajos, “como un juego.” Una amiga “había trabajado ahí por casi ocho años como trabajadora de limpieza y fue despedida porque encontraron un pedacito de basura” en un cuarto que ella había limpiado.

Las trabajadoras de limpieza, siendo mujeres en su mayoría, sufrieron de manera particular durante sus embarazos por la crueldad que experimentaron. La hija de Lemus, Adriana, ahora es saludable y tiene 6 años, pero cuando estaba levantando muebles pesados mientras estaba embarazada de ella, Lemus empezó a sentir un dolor terrible en su nervio ciático. “Empecé a tener contracciones a los ocho meses,” dijo. “Cuando el doctor me examinó, me ordenó reposo en cama.” Ella dice que su doctor mandó cartas a sus jefes en vano. Empezó a tener dolores de espalda que le han persistido hasta el día de hoy. “Cada vez que trabajaba lloraba porque sentía que mi hija estaba en peligro y que podría tener defectos al nacer. Pero gracias a Dios, mi hija nació saludable.”

En el 2012, organizadores del sindicato UNITE HERE! del Local 26 empezaron a ir de puerta en puerta a las casas de las trabajadoras de DoubleTree. La Local 26 ya representaba a trabajadores en casi la mitad de los hoteles en Boston. Las trabajadoras sin sindicato ya estaban conscientes de los beneficios de sus camaradas sindicalizados— seguro de salud asequible, una carga de trabajo más razonable, mejores sueldos. A muchas de las trabajadoras de limpieza no tuvieron que preguntarle dos veces. Lemus asumió el rol de organizadora, persuadiendo a colegas que tenían dudas para que votarán por el sindicato, coordinando con los representantes del sindicato y llevando a cabo reuniones secretas fuera de los oídos de la administración. Para marzo del 2013, una masa crítica de trabajadoras de hoteles, no solo de la limpieza, pero también meseras, porteras y conserjes— habían afirmado en privado su deseo de afiliarse a un sindicato.

El 11 de marzo del 2013 dos cosas sucedieron: Las trabajadoras de DoubleTree presentaron su petición declarando su intención de sindicalizarse y Sheryl Sandberg (Harvard BA 1991, MBA 1995) publicó una declaración llamada Lean In (Vayamos adelante): Las mujeres, el trabajo y la voluntad de liderar. Ese libro también iniciaba con una historia de embarazo. Luego de una mala experiencia corriendo apurada desde el fondo del estacionamiento de Google a una reunión con un cliente mientras estaba embarazada, “Me dirigí marchando,—más bien caminando como un pato— para ver a los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, en su oficina, que era un cuarto grande con juguetes y aparatos tirados por todo el piso.” Al llegar a la sala de juego de estos hombres-niños inconformistas, pide estacionamientos para embarazadas. Brin estuvo de acuerdo rápidamente. Hizo la observación de que debían haber otras empleadas embarazadas en Google sufriendo todo este tiempo. “El tener una mujer embarazada en la cúpula—incluso una que parecía una ballena—marcó la diferencia.” En el 2008, Sandberg se fue a Facebook y se volvió su Directora de Operaciones. En el 2010, dio la charla TED que la hizo famosa: “Por qué tenemos tan pocas mujeres líderes,” que abordaba “lo que [mujeres profesionales] pueden hacer como individuas” para llegar a la cima del mundo profesional que es desproporcionadamente masculina.

Como es ya bien conocido, la charla se convirtió en el libro Lean In, el cual, como la charla, motiva a las mujeres a sobrepasar sus obstáculos al éxito corporativo a través de acciones como “sentarse a la mesa” y “convertir a tu compañero en un compañero de verdad.” Motiva a las mujeres a formar círculos Lean In de apoyo en el trabajo, una suerte de eco corporativo de los grupos de concientización de la década de 1960, y la fundación Lean In dice que el “85 por ciento de las miembros atribuyen que su círculo afectó positivamente su vida.” Ya que el libro apunta a crear igualdad a través del cambio de comportamiento de las mujeres, Sandberg tiene poco que decir sobre los ajustes sociales necesarios como las licencias con goce de sueldo o el cuidado de niños y niñas (desde entonces ha publicado en Facebook sobre su apoyo a las licencias con goce de sueldo).

Antes de la incorporación de Sandberg a la junta directiva de Facebook y C- suite, la compañía enfrentó una ráfaga de críticas por su ambiente de trabajo sexista y por su junta directiva compuesta totalmente de hombres. Mientras que Silicon Valley fue el lugar de florecimiento del mundo financiero, no ha alcanzado a igualar las normas de otras grandes industrias, que requieren por lo menos hacer algunas concesiones hacia la equidad de género y equidad racial. Páginas web sobre tecnología como Mashable han publicado críticas a la compañía (no ayudó el famoso hecho de que inició como un sistema para calificar a las mujeres “Bonitas o no Bonitas” en Harvard y se mantuvo principalmente impulsado por personas que veían fotos de mujeres).

Activistas de UltraVioletuna organización dedicada a combatir el sexismo—incluso hicieron una protesta en las oficinas de Nueva York para exigir que haya mujeres en la junta directiva. Facebook pronto añadió a Sandberg a la junta directiva, donde es ahora una de dos mujeres. Con el lanzamiento de un libro con éxito de ventas—auspiciado por socios corporativos como American Express, JP Morgan Chase y Walmart—Sandberg entró en la estratósfera de los autores con mayores ventas. Ya no era solo una ejecutiva importante de la industria de la tecnología. Alan Murray, editor de Fortune, afirmó en una entrevista, “has logrado el estatus de un solo nombre: ahora eres Sheryl.” Sandberg habló sobre la mujer y el trabajo en el escenario con Diane Sawyer y en Oprah. La Directora de Operaciones de Facebook se convirtió en el nuevo rostro del feminismo. Y así, Lean In cambió la imagen pública de Facebook de un club de hombres de la nueva economía al hogar de la principal feminista de la industria tecnológica. Zuckerberg declaró (en Facebook) que el libro de Sandberg era “radicalmente realista.”

En abril del 2013, Sheryl Sandberg, ahora autora de un éxito de ventas, regresó a la escuela de negocios de Harvard (HBS, por sus siglas en inglés) para celebrar los 50 años de aceptar mujeres en HBS, en la conferencia W-50 justo antes de la graduación. El evento también marcó la conclusión del esfuerzo de dos años de HBS para lidiar con el sexismo rampante de la institución, calificaciones constantemente más bajas para las mujeres y su incapacidad de retener profesoras mujeres. La escuela de negocios también fue contaminada, como el resto de Harvard, por la fragancia sexista que emana de Larry Summers donde quiera que va— en el 2005, durante su presidencia en Harvard, había comentado que tal vez son las diferencias innatas de las mujeres las que les impiden el éxito en las ciencias. Según un largo reportaje del New York Times, la presidente de Harvard Drew Faust designó una nueva persona como decano de la escuela de negocios en el 2010 quien intentó remediar el problema haciendo todo lo posible, desde ubicar taquígrafos en cada aula para ayudar a estudiar la participación en clase (una parte crucial de las notas) hasta intervenir en la vida social del campus.

Sandberg empezó su discurso felicitando a las mujeres graduadas luego de 50 años de que la primera mujer entró a HBS. Ella les pidió que fueran adelante en sus futuros lugares de trabajo y que les digan a sus jefes lo que necesitan, reclutando a esos (en su mayoría) hombres para crear lugares de trabajo más equitativos. Habló sobre su libro y contó una historia sobre su hermano, un cirujano que le dijo a las mujeres de su equipo que las apoyaría durante sus embarazos. “Les voy a ayudar a tomarse la licencia y les voy a ayudar a regresar,“ les dijo. Sandberg concluye que “esa conversación debe comenzar a darse en todo lugar de trabajo de los Estados Unidos. En todos y cada uno.” En la noche, las personas que participaron de la conferencia se retiraron al DoubleTree, donde una conversación como esa se estaba iniciando.

El 11 de marzo del 2013, las trabajadoras de DoubleTree presentaron a su gerente su petición de sindicalización. Llegaron en un grupo que incluyó trabajadoras, personal del sindicato, estudiantes de Harvard y miembros del concejo de la ciudad. Lemus describe este como un día positivo, “pero con mucho miedo y los nervios de punta.” Su papel era presentar la petición. Luego de que se presentó y empezó a explicar la petición, el administrador giró sobre sus talones, salió del salón y “me dejó hablando sola.” Estuvo claro desde el principio que la administración del DoubleTree de Harvard no estaba interesada en conversar.

Un mes y medio después de haber declarado su intento de formar un sindicato y pocas semanas después de limpiar los cuartos de los que asistieron a la conferencia W-50, a quienes Sandberg les hizo un llamado para que hicieran cumplir sus derechos en el trabajo, las trabajadoras de DoubleTree presentaron cargos por prácticas laborales injustas ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales, acusando a Hilton de interferir en su proceso de sindicalización. En lugar de permitir lo que los sindicatos llaman un proceso justo, Hilton quería una elección con urnas. El problema con este tipo de elecciones es que se pueden hacer en las instalaciones de la compañía y el empleador puede impedir que el día de la elección entren los y las trabajadoras que apoyan la sindicalización. Sin un acuerdo de proceso justo el empleador también puede mostrarle propaganda anti sindical a las trabajadoras y participar en comportamientos amenazantes como hablar individualmente con cada trabajadora sobre el daño que le haría un sindicato a sus empleos.

Las trabajadoras empezaron la fase pública de su campaña y con eso, las reuniones interminables que definen el organizarse. Todos los días, Lemus se reunió con estudiantes, otras trabajadoras, curas simpatizantes y miembros del concejo de la ciudad. A veces ella llevaba a sus hijas. “La más chiquita no entiende,” dice Lemus, por qué tienen que estar protestando en la lluvia y la nieve. “Pero la más grande que tiene 12 años y entiende lo que estoy haciendo dice, ‘Mami estoy orgullosa de ti, porque no te rindes.’” Al principio, su esposo le advirtió sobre el riesgo de perder el trabajo. Sin mencionar el obstáculo más importante: “tuve que dejar a mi marido sin la cena porque me tenía que ir a tantas organizaciones y reuniones y él se enojaba.” ¿No podía cocinar el mismo? “El quema el agua.”

La estrategia obvia fue ir detrás de Harvard, el dueño del hotel. Según el presidente de la Local 26, Brian Lang, esa estrategia se “basó en nuestra experiencia en la industria hotelera. La mayoría de los hoteles no son propiedad de las compañías que los operan, entonces tenemos mucha experiencia negociando con la dinámica de dueño-operador y sin excepción, al final del día, lo que hemos encontrado es que el dueño es el que toma la decisión.”

La aparente rareza de un hotel propiedad de Harvard fue menos extraña en el contexto actual del mercado de hoteles, en el que la mayoría son propiedad de fondos de inversionistas en bienes raíces y compañías de inversión de capital privado. “Lidiar con Harvard fue como lidiar con otra institución financiera,” explica Lang. “Hacen un poquito de educación por el lado. No digo eso por ser despectivo, solamente es útil para que entendamos.”

El ir detrás de Harvard significó reclutar al Student Labor Action Movement. SLAM ha estado involucrado, a través de los años, en un sinnúmero de acciones prominentes en Harvard; la más reciente fue parte de la lucha por beneficios de los trabajadores del restaurante estudiantil. Como consumidores contribuyentes de Harvard, SLAM tiene la habilidad de exigir tiempo con los administradores, protestar en el campus y en general atemorizar mucho más a los administradores, que lo que las trabajadoras pudieran ellas solas.

Karely Osorio es una estudiante de tercer año en Harvard (todavía una de segundo año cuando hablamos), la primera en ir a la universidad en su familia y cuyos padres vinieron de México a Texas antes de que ella naciera. Cuando era niña nunca había escuchado de Harvard y cuando fue aceptada, con el apoyo de maestros que la apreciaban en su escuela secundaria (una escuela privada para niños de escasos recursos), ella no estaba segura de que quería ir. “La gente asumió que yo diría que ‘sí’ a Harvard,” dijo. Estamos sentadas frente al restaurante para estudiantes donde los trabajadores lucharon para sindicalizarse hace 78 años y desde donde se fueron a la huelga este otoño luego de que Harvard se reusó a hacer concesiones en el contrato.

“En mi mente siempre tuve una imagen de Harvard como la escuela a donde van los niños blancos ricos. No sabía si calzaría ahí. Mi escuela era 90 porciento latina, muchos de nosotros éramos aprendices de inglés y todos éramos chicos de escasos recursos.” Tenía miedo de extrañar a su familia y les extraña. Una de las primeras historias de DoubleTree con las que se topo fue el informe “DoubleTree, Double Standard,” en el que Lemus describe un dolor en su espalda que la incapacita. El padre de Osorio trabaja instalando alfombras y cuando tuvo un accidente de tránsito hace algunos años, las lesiones en su espalda hicieron que el trabajo, ya de por sí pesado, fuera aún más fuerte. “Él siempre me pedía si le podía dar un masaje o me pedía, ‘¿me podrías traer un vaso de agua o mi comida porque estoy cansado y no me quiero levantar?’ Y escuchar que esto estaba pasando en este hotel que es propiedad de mi universidad fue horroroso.”

Ignoradas e insultadas por los administradores, las trabajadoras decidieron ir directamente a los altos mandos, y con la ayuda de sus estudiantes aliados de Harvard, intentaron reunirse con la presidenta de Harvard, Drew Faust, la primera presidente mujer de Harvard y reconocida historiadora, que se hizo de renombre al escribir sobre las mujeres, esposas de los dueños de plantaciones de esclavos, durante la Guerra Civil de los Estados Unidos. Sandra, una de las colegas de Lemus, me dijo que cuando las trabajadoras visitaron la oficina de la presidente, “nos permitieron entrar a tres de nosotras. La secretaria estuvo a cargo de conversar con nosotras porque ninguno de los altos mandos de Harvard se quería hacer cargo de nuestro asunto.” Lemus reportó que “muchas veces hemos venido a protestar y para que se nos escuche en la oficina de la presidente, y han llamado a la policía y nos han sacado como si fuésemos criminales que no pertenecemos ahí.”

Los y las estudiantes intentaron llegar a Faust inscribiéndose en su horario de horas de oficina. Cuatro veces al año, ella separa dos horas y estudiantes y grupos pueden inscribirse para espacios de 10 minutos. Osorio asistió a una de estas sesiones en nombre de los trabajadores del restaurante estudiantil (otros estudiantes asistieron a las horas de oficina para presionar a que Faust ayude a las trabajadoras de DoubleTree). Según Osorio, Faust parecía bastante desinteresada, diciéndole a la delegación que eran bienvenidos a mandar una carta a la oficina. “Me acuerdo que mencionó, ‘¿como presidente qué quieren que haga? ¿No tengo control sobre esta universidad, por qué vienen a mí?’” dijo Osorio. “Y creo que nuestra respuesta a eso fue, aunque no tenga control sobre estos asuntos, definitivamente tiene influencia.”

Harvard no ofrecía ninguna aclaración a los estudiantes, trabajadores o al sindicato sobre quién tiene el poder de decidir dentro de la administración de Harvard y hasta el día de hoy, nadie de afuera sabe quién está dando las órdenes. Las delegaciones que trataron de reunirse con Faust fuera de sus horas de oficina se toparon con una secretaria firme y los guardias de seguridad del campus. Otras colegas historiadoras firmaron una carta expresando su encanto con ver a una colega mujer liderando Harvard y su confusión ante el rechazo de Harvard de apoyar un proceso justo para el 90 por ciento de la fuerza laboral femenina. La historiadora Amy Kesselman, quien circuló la carta, recibió una respuesta de Faust diciendo que le enviaría la carta al departamento de relaciones del empleador, Kesselman dijo, “nuestro esfuerzo de invocar hermandad y solidaridad no funcionó.” La respuesta le hizo sentir a Kesselman “un poco ingenua.”

Mientras tanto, la campaña por un proceso justo ha tomado distintas formas. Junto a una incansable repartición de volantes y de mesas informativas, las trabajadoras de la limpieza de DoubleTree y los miembros de SLAM llevaron camas al campus y desafiaron a estudiantes de Harvard a que las arreglaran según los estándares de DoubleTree. Las trabajadoras se pararon y evaluaron el desempeño de los estudiantes y aparentemente, no habiendo recibido el memo sobre la inflación de notas en las universidades Ivy League– nadie fue calificado con una A. Luego el 27 de marzo del 2014, las trabajadoras llamaron a un boicot al Harvard DoubleTree. Las delegaciones que fueron a Harvard y a Hilton fallaron. No quedaban muchas más tácticas. El boicot inició un jueves frío con una protesta y la asistencia de más de 100 trabajadoras y simpatizantes. Lemus tomaba turnos en la protesta con su niña. Osorio hizo la traducción para los medios de comunicación.

El 3 de abril, durante este boicot, la escuela de negocios de Harvard rompió el boicot, irónicamente, al ofrecer estadía a las participantes del segundo simposio anual de Género y Trabajo. Docenas de mujeres se reunieron para discutir cómo las mujeres pueden alcanzar el éxito en los negocios, ofreciendo presentaciones como “Recetas para la solidaridad femenina y Relaciones entre mujeres” y “Mercadeo del Feminismo: La carrera para reclutar a la generación, Vayamos adelante (Lean In).” El sindicato dice que pusieron volantes en los casilleros de la escuela de negocios e intentaron reunirse con profesores pero todo fue en vano.

Un mes después, mientras continuaba el boicot, uno de los organizadores del sindicato escuchó que Sheryl Sandberg vendría el 28 de mayo a dar un discurso durante el Class Day de Harvard. Lemus encabezó la iniciativa de crear una petición para persuadir a Sheryl Sandberg para que liderara un círculo Lean In con las trabajadoras de DoubleTree, todas mujeres que esperaban mejorar sus condiciones laborales con muchos de los beneficios que Sandberg ha exigido para ella misma— beneficios de licencia por maternidad, aumento de sueldos y demás. Las trabajadoras de limpieza de DoubleTree hicieron un video de baja resolución afuera del hotel: “!Sheryl,” dicen, “estamos yendo adelante¡” El Boston Globe cubrió su petición, también el Crimson. Las trabajadoras de limpieza pensaron que si Sandberg hablaba con los administradores de Harvard, ellos tal vez escucharían a una de sus más famosas graduadas. Según al sindicato, Sandberg dijo que no tenía tiempo. O en las palabras más acertadas de Lemus: “Tal vez ella no iba a tener un momento para dedicarle a aquellas como nosotras que solo somos trabajadoras de las clases bajas. Ella tenía cosas más importantes que hacer con la gente de las clases altas.”

Sandberg habló encantadoramente durante el Class Day. Le agradeció a la audiencia por estar ahí “dado el clima, la única cosa que Harvard todavía no ha podido resolver cómo controlar.” Mientras tanto, dos miembros del concejo de la ciudad boicotearon la graduación, haciendo notar que les avergonzaba la resistencia de Harvard a un proceso justo para las trabajadoras de DoubleTree.

Casi sin opciones, en noviembre, las trabajadoras se fueron a la huelga por un día. Fue la primera huelga en un hotel en Boston en 100 años. Se levantaron temprano. Algunas rezaron juntas en una vieja catedral de Boston. Los estudiantes recorrieron el campus con una cadena de carteles enumerando las quejas de las trabajadoras por espaldas lesionadas y embarazos difíciles. Las trabajadoras limpiaron sus casilleros la noche anterior en caso de que fueran despedidas. Estuvieron en huelga todo el día, protestando afuera y rehusándose a trabajar. Sin embargo, no las despidieron. Tampoco les concedieron un proceso justo. Nada cambió, y exhaustas, esperaron.

El 7 de abril, el sindicato citó a las trabajadoras y a los estudiantes en su sede principal. Hilton había acordado a un proceso justo. Los tres años de lucha habían terminado. Hasta el día de hoy, nadie sabe si Faust accedió a la exigencia de las trabajadoras o si alguna oficina oculta de Harvard decidió que la pelea no valía la pena. El 11 de abril, las trabajadoras anunciaron que habían votado oficialmente a favor de ser parte de UNITE HERE!

Hoy en día, las trabajadoras de DoubleTree han negociado exitosamente su primer contrato, que pone sus condiciones laborales a la par con las de otros hoteles representados por la Local 26. También tienen una cláusula singular: las trabajadoras tienen el derecho explícito de negociar cargas de trabajo menores durante el embarazo. Esto tal vez no sea mucho— el contrato no exige un resultado particular— pero es el primero de esta naturaleza en los hoteles de Boston y una concesión a las necesidades de las mujeres que el sindicato espera replicar y expandir cuando todos los hoteles hagan una negociación simultánea en el 2018. En resumen, la historia tuvo un final feliz. Sin embargo, dice Osorio , “Es fácil mirar atrás en retrospectiva y decir, ah si, se levantaron por sus derechos, eso es fabuloso, pero eso es porque ganamos.” Si hubieran perdido, es muy probable que esas mujeres hubieran perdido su trabajo.

Cuando se le pidió comentarios sobre DoubleTree ahora, Sandberg dijo a The Nation, a través de un vocero, que “Las trabajadoras de DoubleTree se sindicalizaron exitosamente y apoyo su derecho a organizarse.”

La valiente pelea sostenida por las trabajadoras de limpieza de DoubleTree muestra como las mujeres, desafiando las circunstancias, se unieron desde mucho antes de la elección de Trump, cuando sus enemigos eran a menudo liberales e instituciones liberales. Hoy día preguntamos, “¿cómo podemos resistir?,” podríamos fijarnos en su ejemplo. Como Magally A. Miranda Alcazar y Kate D. Griffiths han señalado, las mujeres más vulnerables han estado involucradas este año en la resistencia más militante—huelgas en la cárcel, el movimiento por las vidas negras, la protección del agua en Standing Rock y la protesta “un día sin inmigrantes.” La lucha por la representación sindical le pega al corazón de la creciente inequidad.

Esto presenta un desafío a las feministas liberales poderosas como Faust y Sandberg, ambas mujeres que, públicamente, han tomado posición ante algunos de los planes de Trump. Faust ha firmado una carta condenando la prohibición musulmana de Trump y Sandberg ha publicado en Facebook sobre la inmigración de su bisabuela desde Lituania y sobre el daño que haría, a nivel internacional, a las mujeres que dependen de los fondos de ayuda de los Estados Unidos, el reinstituir limitaciones en el uso de esos fondos con respecto a los derechos de salud reproductiva, lo que se conoce en inglés como el Global Gag Rule. Así mismo, luego de la muerte de su esposo, reconoció la dificultad de criar niños sola y la necesidad de más recursos para las madres. Luego de recibir varias críticas por no reconocer la Marcha de las Mujeres, Sandberg donó 1 millón de dólares a Planned Parenthood y se reunió de manera privada con las organizadoras de la Marcha de las Mujeres. Después de todo, el ser una feminista corporativa, es todavía ser feminista. La agenda de Trump es desastrosa incluso para aquellos que están protegidos de sus efectos más inmediatos. Además, la marca de Sandberg está ahora tan envuelta con asuntos de género que el no involucrarse con los esfuerzos de organización feminista representa una amenaza a su reputación.

Sin embargo, involucrarse con el feminismo que le hace resistencia a Trump no será tan fácil. El precio que las mujeres de la élite a menudo tienen que pagar por el honor de ser las primeras en entrar a los clubes de hombres es el de limpiar la misoginia, hacerle un lavado a la reputación del capital. Sandberg trató de salvar la reputación de Summers cuando él se avergonzó a sí mismo en Harvard, publicando una editorial sobre su preocupación por las mujeres y salvó a Zuckerberg y a Facebook, al volverse su feminista oficial. Faust ayudó a Harvard luego de que Summers la condujo a una cuneta y ahora viaja a escuelas de mujeres en otros lugares del mundo para abogar por la importancia de la educación para la equidad de género. El 14 de diciembre Donal Trump fue anfitrión de una reunión con líderes de la industria tecnológica, en la que apuntó a suavizar su áspera relación. Sandberg asistió mostrándose poco impresionada. Estaba sentada al centro, al frente, a dos asientos de Trump, al lado de Mike Pence, quien cuando estaba en el Congreso, votó tres veces en contra del Acta Lily Ledbetter por Pago Igualitario. (Un vocero de Sandberg dice que durante la reunión trajo a colación el tema de las licencias con goce de sueldo.) Enfrentada a escoger entre proteger a Facebook, uniéndose al juego de la nueva administración, o rechazar a un político que intentó hacer ley los funerales para los fetos, solo hay una manera en la que puede actuar responsablemente una directora de operaciones. Justo a la izquierda de Trump estaba el presidente de Palantir, Peter Thiel, parte del equipo de transición de Trump y un miembro de la junta directiva de Facebook.

Peores asuntos laborales pueden continuar dividiendo a las feministas corporativas y las de la clase trabajadora. Faust ha continuado oponiéndose a la justicia laboral y a los esfuerzos de sindicalización en el campus. Este otoño, los trabajadores del restaurante estudiantil se fueron a la huelga, citando el rechazo de la administración a un salario mínimo de $35,000 por año y a mejores beneficios de salud. Faust también se ha opuesto a los esfuerzos de sindicalización de los estudiantes de programas graduados a pesar de su situación de empleo precaria y sus sueldos bajos. Junto a otros presidentes de universidades Ivy League, incluyendo a liberales famosos como Lee Bollinger de la universidad de Columbia, ella ha llevado su oposición a la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB, por sus siglas en inglés), presentando documentos en contra del caso de los estudiantes argumentando que estos en realidad no son empleados. Sus oportunidades de éxito en este caso aumentan con la elección de Trump; ya que es un apasionado opositor de la organización sindical, su NLRB probablemente liquidará a un mayor número de esfuerzos de sindicalización. Las feministas corporativas como Faust parecen estar determinadas en demostrar las razones por las que la gente trabajadora han dejado de confiar en las autoridades liberales.

Sandberg parece estar haciendo un mejor trabajo al actualizarse con las políticas progresistas. En el 2015 anunció nuevos estándares para contratistas y vendedores de Facebook, incluyendo un sueldo mínimo de $15 la hora. También ofrece licencia con goce de sueldo para las y los empleados de Facebook y ha dicho que apoya la legislación nacional para las licencias con goce de sueldo. A través de un vocero, le dijo a The Nation que “las mujeres que son madres solteras, las personas que no son blancas y las mujeres que carecen de recursos son especialmente vulnerables y creo que las mujeres que no enfrentan esas barreras tienen la responsabilidad de unirse a las que no cuentan con los mismos recursos.” Ella reconoció el valor de los sindicatos para la protección de los trabajadores y dijo “es importante que las personas trabajadoras continúen teniendo el derecho para negociar colectivamente y no tengan que toparse con barreras injustas para ejercer su derecho a organizarse.” Cuando se le preguntó si en el futuro apoyaría a mujeres en su búsqueda de sindicalización, dijo “no estoy segura que sea logísticamente posible o práctico que yo tome decisiones individuales para respaldar todos los esfuerzos específicos que mujeres y hombres emprenden alrededor del país.”

SLAM demuestra un modelo de solidaridad real. Durante algunas de las primeras luchas laborales lideradas por mujeres en el Lowel Mill en la década de 1830, mujeres de clase media, como las que describe Susan Faludi en “Facebook Feminism, Like It or Not,” se horrorizaron con el colapso mortal de la fábrica. “Se juntaron en masa para proveer ayuda de emergencia y se radicalizaron al ser testigos de lo que pasó; establecieron guarderías, clínicas, hospitales y vivienda cooperativa para atender las necesidades de las mujeres trabajadoras.” O por ejemplo la Liga Nacional de Sindicatos de Mujeres, establecida en los Estados Unidos en 1903. Según la historiadora Dorothy Sue Cobble (Cobble fue una de las historiadoras que firmo la carta enviada a Faust), la organización se benefició del auspicio de las élites mientras coordinaba internacionalmente con mujeres trabajadoras para exigir estándares laborales internacionales— pero el liderazgo tenía como requisito componerse en su mayoría de mujeres de clase trabajadora, afiliadas a sindicatos de oficios. Los esfuerzos para atraer a mujeres a través de feministas billonarias, como fue el intento de Hillary Clinton con el respaldo de Sandberg, no pueden ayudar sino a resaltar una suerte de sed de carrera profesional que es ajeno a la vida de la mayoría de mujeres.

Lo que la mayoría de mujeres quiere, en muchas maneras, no ha cambiado—seguridad económica, cuidado de niños y niñas de buena calidad y asequible, ser libres de violencia, los placeres de la vida con la educación y tiempo de descanso suficientes para permitirnos florecer. Pero quedan problemas muy complejos: el embarazo es penalizado con la falta de tiempo libre o tiempo libre para las mujeres y no para los hombres, lo cual exacerba la brecha salarial. El Departamento de Salud y Servicios Humanos ha considerado el cuidado de niños y niñas como inasequible en todos y cada uno de los estados. Noventa y ocho por ciento de las mujeres en relaciones abusivas son víctimas de abuso financiero y una mujer sin ingresos tiene dificultades para separarse—lo cual fue el tema de la tesis de bachillerato de Sandberg, “Factores Económicos y la Violencia Íntima.” Afortunadamente, conocemos bastante sobre cómo solucionar estos problemas. En Suecia, se motiva a que las mujeres tanto como los hombres tomen licencias de maternidad/paternidad (si el hombre no usa este tiempo, ambos pierden una porción), asegurando así que tengan tiempo en familia y una menor brecha salarial. Sabemos que el cuidado universal de niños y niñas, como se organiza en Noruega, produce una niñez feliz y mayor equidad de género. De hecho, Estados Unidos tuvo algo casi parecido en 1971, cuando un proyecto de ley a favor del cuidado universal de niños y niñas pasó ambas cámaras, solo para ser vetado por Nixon bajo la influencia del joven Pat Buchanan.

La defensa del cuidado universal de niñas y niños, la sindicalización o cualquiera de las otras cosas que sabemos ayudan a la mayoría de mujeres, significaría el hacer enemigos de una manera que no ocurriría al defender el “empoderamiento” o “censurar el describirnos como mandonas.” Significaría una pelea no solo contra los Republicanos (Sandberg da dinero mayormente a los Demócratas, aunque ha puesto dinero en la Lista Olympia y el comité de acción política de Facebook [PAC, por sus siglas en inglés], ambos los cuales han apoyado a varios republicanos), también sería una pelea contra los demócratas e incluso quizás contra algunos de los amigos de Sandberg en el circuito Davos. Significaría ser político y no le serviría como relaciones públicas. No ayudaría a Facebook. Sin embargo, sí pondría sus considerables recursos al servicio de las mujeres. Sin un feminismo solidario, según las palabras de Osorio, “una no ha resuelto el problema, una ha resuelto solo su problema.”

Cuando le pregunté a Lemus que quisiera que Sandberg haga, ella dijo que Sandberg tenía suficiente dinero para hacer que el gobierno escuche a las mujeres y sus necesidades. Osorio hizo notar que Sandberg puede que escuche a las mujeres que no son como ella. El problema no es que las mujeres como Sandberg y Faust hayan fallado como salvadoras; como demostraron las trabajadoras de DoubleTree, las mujeres de clase trabajadora están liderando sus propios movimientos y están a la vanguardia de sus propias luchas. El problema es que las mujeres como las trabajadoras de limpieza de DoubleTree están haciendo el trabajo concreto para aumentar la equidad y las mujeres como Faust y Sandberg las sabotean en lugar de ayudarlas. Es posible que una mujer suene como feminista y cumpla la función patriarcal del hombre. No las necesitamos para que nos lideren, y si no van a expresar solidaridad, al menos pueden quitarse del camino.

We can not back down

We now confront a second Trump presidency.

There’s not a moment to lose. We must harness our fears, our grief, and yes, our anger, to resist the dangerous policies Donald Trump will unleash on our country. We rededicate ourselves to our role as journalists and writers of principle and conscience.

Today, we also steel ourselves for the fight ahead. It will demand a fearless spirit, an informed mind, wise analysis, and humane resistance. We face the enactment of Project 2025, a far-right supreme court, political authoritarianism, increasing inequality and record homelessness, a looming climate crisis, and conflicts abroad. The Nation will expose and propose, nurture investigative reporting, and stand together as a community to keep hope and possibility alive. The Nation’s work will continue—as it has in good and not-so-good times—to develop alternative ideas and visions, to deepen our mission of truth-telling and deep reporting, and to further solidarity in a nation divided.

Armed with a remarkable 160 years of bold, independent journalism, our mandate today remains the same as when abolitionists first founded The Nation—to uphold the principles of democracy and freedom, serve as a beacon through the darkest days of resistance, and to envision and struggle for a brighter future.

The day is dark, the forces arrayed are tenacious, but as the late Nation editorial board member Toni Morrison wrote “No! This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”

I urge you to stand with The Nation and donate today.

Onwards,

Katrina vanden Heuvel
Editorial Director and Publisher, The Nation

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