Gustavo Petro quiere establecer un nuevo progresismo en Latinoamérica

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En entrevista con The Nation, el ex-alcalde de Bogotá habla sobre lo que significaría su elección para Colombia y la región. 

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En nueve semanas, Gustavo Petro podría convertirse en el primer presidente progresista en la historia colombiana. Pero él dice que en nueve semanas también podría estar muerto. En febrero, mientras Petro hacia campaña en la ciudad de Cúcuta, una bala impactó la ventana de su vehículo a unos centímetros de su cabeza. Él dice que fue un atentado claro. Pero esa no fue la primera vez que Petro se ha visto cara a cara con la muerte. En los 1980s, grupos paramilitares mataron a miles de políticos izquierdistas en Colombia, mientras que Petro fue encarcelado y torturado por el estado colombiano en 1985. Años después, como senador de la república y luego como alcalde de Bogotá, Petro ha seguido recibiendo amenazas de muerte.

La violencia contra la izquierda política en Colombia ha existido por décadas, pero en tiempos recientes no ha surgido un candidato tan popular como Petro. Sus discursos atraen a miles de personas y él es uno de dos candidatos favoritos para pasar a la segunda vuelta presidencial el 17 de junio. Su mayor oponente es Iván Duque, un político de derecha y amigo del libre mercado, quien fue escogido como el candidato del partido político de Álvaro Uribe Vélez, ex-presidente de la república y un hombre muy poderoso entre las fuerzas conservadoras del país y claro enemigo del proceso de paz con las Farc impulsado por el gobierno de Juan Manuel Santos.

Me reuní con Petro en la ciudad de Nueva York y hablamos sobre su candidatura, el prospecto de paz en Colombia, y como manejaría su relación con Donald Trump, el presidente estadounidense. Esta entrevista ha sido editada y condensada.

—Miguel Salazar

Miguel Salazar: Qué piensa de sus posibilidades reales en llegar a la presidencia en un país tan históricamente conservador como Colombia?

Gustavo Petro: El país pertenece a una especie de régimen hereditario. Es un linaje de unas pocas familias que se han repartido el poder desde hace por lo menos dos siglos. Y ha impedido, incluso con métodos violentos la mayor de las veces, fraudulentos muchísimas veces, el acceso a otras alternativas. La mayoría de los candidatos que como yo, sin ser parte de esos grupos tradicionales, se han acercado en elecciones a ganar o a tener un porcentaje elevado de la votación, los han asesinado. Si me acerco más aún en el espectro electoral a la presidencia, podría haber otro atentado.

Si usted mira las encuestas, aunque vienen variando recientemente muy extrañamente, aún muestra que las fuerzas democráticas serían mayoría sumadas. En términos políticos, estadísticos, es posible ganar la presidencia de la república. Ahora, siempre se atraviesan dos hechos que no son estadísticos ni políticos: el fraude y la muerte, pero esa es la realidad de hoy en la política colombiana.

MS: La izquierda en Colombia siempre ha sufrido por su fragmentación. Se ha hablado con otros candidatos progresistas como Sergio Fajardo y con Humberto de la Calle. Qué posibilidades ve usted para concretar una alianza?

GP: Propuse desde el principio la necesidad de una confluencia integral. Propuse en ese momento que se podía hacer una lista única. Propuse un programa común y propuse una candidatura común, surgida de consulta popular que también se podía hacer en ese momento. A las tres propuestas se le contestó que no. Hubo unas personas dentro del liberalismo con mucho peso allí, principalmente [el ex presidente colombiano] César Gaviria, que entraron a impedir como diera lugar esa posibilidad y fue un error estratégico porque ya de la Calle está en el tres por ciento de las encuestas. Lo desplomaron, le quitaron su opción real. Lo mismo sucedió con Fajardo. Quienes participamos en las consultas estamos por ahora en la segunda vuelta: Duque y yo.

Colombia es hoy dependiendo de las estadísticas uno de los países más desiguales en el mundo. En esa desigualdad tan profunda hay una explicación del narcotráfico, del déficit democrático indudable, y de la violencia permanente en nuestro país. Y por tanto, cualquier fuerza que quisiera realmente hacer algún tipo de cambio a esas condiciones colombianas, tendría que hablar de las reformas para superar la desigualdad social. Estas fuerzas liberales, en sus bases electorales, tienen un temor de afrontar las reformas sociales que propongo. Ese temor, ese miedo a afrontar esas reformas es un temor que paraliza a estas fuerzas en torno a una gran coalición alrededor de reformas.

MS: Apoyas al proceso de paz, pero ha habido problemas en la implementación de los acuerdos con las Farc. Que medidas tomaría como presidente para mejorar esa implementación?

GP: Hay tres visiones (en Colombia) alrededor de los acuerdos ya firmados. Hay el ataque contra los acuerdos en la candidatura de Duque. Ese ataque tiene un eje fundamental que es destruir la Justicia Especial para la Paz (JEP). Ya en la propuesta del candidato está su eliminación porque al intercambiar verdad por beneficios jurídicos, muchos funcionarios del estado y muchos empresarios de alto nivel terminaría diciendo la verdad del conflicto colombiano, que es: como desde el estado se pudo agenciar un genocidio? Esto tiene unos responsables políticos determinados. Uno de ellos, en mi opinión, es Álvaro Uribe Vélez, que es el gran responsable político de la expansión del paramilitarismo, el instrumento contemporáneo de toma política del estado, de narcotráfico y del genocidio en Colombia en una proporción mayor que las guerrillas.

La segunda gran facción colombiana política es la defensa de los acuerdos, obviamente dentro de ellos la JEP. Las facciones políticas que giraron alrededor exclusivamente a defender los acuerdos, hoy no tienen fuerza electoral.

Hay una tercera visión, que es la que yo represento, que es respetar los acuerdos, pero no decirle a la sociedad colombiana que eso es la paz porque la paz no es una negociación con la guerrilla. La paz es un pacto de la sociedad. Pero ese contrato social versa sobre las reformas que permitan una convivencia a largo plazo. Eso implica una reforma fundamental–son temas que tienen que ver con la educación, con la salud, con cómo la población accede mayoritariamente a las condiciones que le permitan construir riqueza en términos de tierras, de aguas y de energías limpias. La mayor parte de la economía popular colombiana está supeditada a un mecanismo de crédito que proviene del narcotráfico. Es un sistema usurero de 20 por ciento del interés. Porque la banca privada no le da crédito a esa economía, sino que lo concentra en las cinco familias más ricas del país.

MS: Por qué cree que ha dominado tanto el discurso de la violencia en la política colombiana, pero con enfoque en las guerrillas?

GP: Yo dure mas o menos siete años haciendo debates en el congreso de la república sobre el paramilitarismo, y me llevó a varias conclusiones. Una era el manejo mediático que daba el medio de comunicación sobre la violencia para ese momento. Si usted hace un examen de todos los hechos de violencia y masacres, cuando era un propiciado por la guerrilla tenía un nombre propio: Farc o Eln, guerrilla. Cuando eran propiciados por el paramilitarismo, que eran los mas, pues aparecían frases como “grupos armados,” frases oscuras, “grupos no identificados.” Entonces la población nunca supo realmente que el principal factor de la violencia en Colombia eran los paramilitares. Y muchísimo menos supo quienes eran los agentes del paramilitarismo, porque los debates donde se los desvelaba, hasta hace muy poco, eran ocultos ante la opinión pública.

Bajo Uribe, el intento era callar. El mecanismo para callar fue básicamente tratar de confundirnos con las Farc. La gente de la república decía, “Petro es un terrorista vestido de civil, es de las Farc.” Es más, hoy, todavía mucha gente cree que toda mi lógica política o que ser alternativo o tener ideas diferentes responde a que soy guerrillero.

MS:  El mundo ahora sufre por la difusión de noticias falsas. Habrá una forma de combatir eso en Colombia?

GP: La respuesta no la tenemos, porque es exactamente un fenómeno de hoy que estamos ya sufriendo. En Colombia tiene una especificidad: comenzó por el estado. Era el esquema que hoy conocemos como “fake news.” Esa es la marca Uribe. En la campaña del plebiscito fue el elemento que permitió que el “no” le ganara al “si.” Fue una campaña del engaño, pura y simple. Las Farc sacaron alrededor de 85,000 votos en elecciones para congreso, una cantidad ínfima, menos de un por ciento del electorado, lo que demuestra que tanto su lucha armada como su vigencia política está en cuestión. Y deshace al mismo tiempo la mentira de la campaña del plebiscito, que era que “la Farc se van a tomar a Colombia,” que fue lo que llevó a millones de colombianos a votar por el “no” contra la paz.

Ahora, que tan suficiente será para que me impida ganar las elecciones? Es una respuesta que no la tengo, la verdad, porque nosotros nos estamos defendiendo es con la razón. No veo otro instrumento para agenciar un proyecto político democrático. En eso estamos.

MS: La corrupción se ha convertido en un tema muy caliente en toda Latinoamérica. Hemos visto como que se ha usado como herramienta política en países como Brasil y Perú. Como se puede combatir la corrupción de manera efectiva en Colombia?

GP: Yo he sido partícipe en varios debates desde la constitución de 1991. En Colombia, el mismo escandalo de Odebrecht es un pañito de agua tibia comparado con los enormes caudales que se extraen del estado y del narcotráfico para financiar la política y para enriquecer a una capa de la sociedad que tiene el poder. Odebrecht es nada. Digamos, lo que sacaron de Odebrecht da como para pagar los tintos. En Colombia, solo en elecciones se pueden llegar a cifras de 50, 60 millones de dólares oscuros, en efectivo, repartidos el día de elecciones para comprar votos.

Entonces, el balance que yo me atrevería a hacer tiene que ver es con la estructura económica misma. Creo que las sociedades cuyas fuentes de excedente económico surgen del trabajo son sociedades productivas, independientemente si son capitalistas o no. En sociedades rentísticas como la colombiana, como la venezolana, como las del medio oriente, que giran alrededor de capturas internacionales vía precio mundial del petróleo, de carbón, o de la cocaína en el caso colombiano, no son ganancias productivas. El petróleo o el carbón no lo pone el ser humano, no lo trabaja el ser humano. Son escasos los puestos de trabajo que generan, pero llenan la sociedad y el estado de miles de millones de dólares en momentos de precios altos, que hacen que ese dinero se vuelva un dinero fácil a diferencia de lo que sucede en una sociedad productiva. Con ese dinero fácil se alimentan las facciones por la captura del dinero fácil. Entonces tu ves facciones armadas, en conflicto, pero es por una repartija del botín del dinero fácil. En el caso de Colombia es el excedente cocainero y son los excedentes en tiempos de precios altos del carbón o del petróleo. Una solución como posibilidad eficaz de disminución de la corrupción está en transitar de sociedad rentísticas hacia sociedades productivas basadas en la agricultura y la industria. Esa es mi propuesta.

MS: Hay muchos temas con los que usted no coincide con el gobierno estadounidense bajo Trump. Cómo serían las relaciones suyas con los Estados Unidos?

GP: Era más amigo del gobierno de Obama. El primer propósito, si llego a ser presidente es desnarcotizar la agenda colombo-estadounidense vigente desde hace como 40 años y que ha fracasado. Desnarcotizar es el primer paso porque mi prioridad internacional es el cambio climático. Lo volví uno de mis tres ejes en la alcaldía de Bogotá y eso me trajo unas amistades aquí y en el mundo. Fui invitado a Harvard por el POT (Plan de Ordenamiento Territorial) y aquí me invitó el ex-alcalde Bloomberg, que ha hecho de ese tema también uno de sus ejes, siendo el más de derecha, digamos. Pero allí ya percibí algo que hoy es uno de mis principios. Es que ya la política mundial no se divide entre izquierdas y derechas. Ya no es ese el prisma que usábamos en el siglo 20, sino que es este tema del cambio climático. Yo le llamo política de la vida y política de la muerte. Eso me pone en contra de Nicolás Maduro, claro, pero también de Duque. Y me pone en una tensión con Trump, porque él querrá es que yo no hable de cambio climático sino de cocaína. Colombia va a hablar de cambio climático. Es uno de los países que puede ser más afectado por el cambio climático. La política va a cambiar sustancialmente.

Ahora, eso no quiere decir que entonces no hablemos de droga. En Bogotá pusimos los centros de atención médica, y no la policía a atender personas con adicciones. El paso más decidido que hay que dar y al que no pudimos nosotros es el consumo regulado de drogas, los centros regulados de consumo de drogas. Esto es una discusión mundial. En el mundo, varias ciudades con ello han dado resultados en términos de seguridad, de mitigación del daño de las drogas, como Vancouver [que desde el año 2016 ha abierto varios centros regulados de consumo]. Pero yo lo quiero implementar en Colombia, en las ciudades donde se tienen las mayores adicciones de la juventud. Y el tercer elemento es la economía popular. La economía popular está supeditada al lavado de dólares que hace el narcotráfico y al crédito usurero, porque la banca privada no le presta a la gente. Y dado que no voy a obligar a que la banca privada le preste a la gente, voy a crear y a fortalecer lo poco que ya nos queda de banca pública para que le preste a la economía popular, a millones de personas compitiendo por el ahorro con la banca privada.

MS: Que significaría una presidencia de Petro para Latinoamérica?
GP: Habría un cambio de eje. El progresismo Latinoamericano giro alrededor del eje Habana-Caracas-Buenos Aires-Managua. Creo que es un viejo progresismo, creo que no le dio respuestas. Giro alrededor del petróleo y del carbón, incluida la Habana, que se alió con Venezuela por tener petróleo. Ese mundo creo que no le daba respuestas y viene un desplome. Ante el desplome en ese eje, el neoliberalismo cogió a un segundo aire, empezó a ganar elecciones en Argentina, Perú y otros países. Pero creo que ese nuevo aire ha durado muy poco, excepto en Colombia. La crisis del Perú, lo que está pasando en México. Incluso la crisis Brasileña–tuvieron que dar un golpe de estado contra Lula.

Entonces, usted podría percibir un nuevo eje en nacimiento, que es de un nuevo progresismo: el eje México-Bogotá-Sao Paulo, quizás Lima, dependiendo del transcurrir de la crisis. Ese eje es diferente y es un poco mi papel allí si lo logramos, que es un eje que vea las transformaciones de América Latina sobre una base que tiene que ver con la sociedad del conocimiento y la economía productiva y no la extracción del petróleo y el carbón. Nosotros no somos exportadores de materias primas como hace cinco siglos. Nosotros podemos ser también una sociedad del conocimiento, de saber y producir a partir del saber. Ese es el gran salto que tenemos que dar y eso no lo puede dar más sino un progresismo de nuevo tipo.

We cannot back down

We now confront a second Trump presidency.

There’s not a moment to lose. We must harness our fears, our grief, and yes, our anger, to resist the dangerous policies Donald Trump will unleash on our country. We rededicate ourselves to our role as journalists and writers of principle and conscience.

Today, we also steel ourselves for the fight ahead. It will demand a fearless spirit, an informed mind, wise analysis, and humane resistance. We face the enactment of Project 2025, a far-right supreme court, political authoritarianism, increasing inequality and record homelessness, a looming climate crisis, and conflicts abroad. The Nation will expose and propose, nurture investigative reporting, and stand together as a community to keep hope and possibility alive. The Nation’s work will continue—as it has in good and not-so-good times—to develop alternative ideas and visions, to deepen our mission of truth-telling and deep reporting, and to further solidarity in a nation divided.

Armed with a remarkable 160 years of bold, independent journalism, our mandate today remains the same as when abolitionists first founded The Nation—to uphold the principles of democracy and freedom, serve as a beacon through the darkest days of resistance, and to envision and struggle for a brighter future.

The day is dark, the forces arrayed are tenacious, but as the late Nation editorial board member Toni Morrison wrote “No! This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”

I urge you to stand with The Nation and donate today.

Onwards,

Katrina vanden Heuvel
Editorial Director and Publisher, The Nation

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